miércoles, 1 de febrero de 2012

Muy comestible y agradable al tacto

Extraído sin más ánimo que el de que la gente invierta 3 eurillos (es lo que me costó en el carrefour) en él:
(Yo añadiría: para ser un listillo, o parecerlo)

Denis Diderot, el amigo de Rousseau, está encarcelado en la torre del castillo de Vincennes, acusado de propagar pensamientos subversivos en sus escritos. Para aliviar su situación, le está permitido pasear por el parque y recibir visitas de vez en cuando. Rousseau emprende el camino de París a Vincennes varias veces por semana para filosofar con su amigo sobre el futuro de la sociedad mientras ambos caminan por el parque del establecimiento. Una de esas tardes, en 1749, Rousseau se dirige a Vincennes. Es un día de octubre especialmente caluroso. Andar bajo el ardiente sol resulta muy cansado, incluso para un paseante ejercitado como Rousseau. Para obligarse a ir despacio, el ginebrino se ha acostumbrado a leer mientras camina. En esta ocasión, lleva la revista Mercure de France consigo. Al ojearla, descubre la convocatoria del concurso anual de la Academia de Dijon. La institución preguntaba acerca del valor moral de los logros culturales: <<¿El progreso de las ciencias y las artes ha contribuido a ennoblecer o a corromper las costumbres?>>. Apenas lee estas palabras, Rousseau se queda como electrificado. Se desploma en mitad de la  calle, rompe a llorar, incluso necesita sentarse un rato, tal es la sacudida que le provoca la idea que acaba de concebir. Ante él se abre un nuevo mundo. En ese preciso momento, en un camino rural polvoriento entre París y Vincennes, bajo la luz resplandeciente del sol de la tarde, nace el crítico de la civilización más influyente de la sociedad moderna, embargado por sus sentimientos, naturalmente.
Rousseau narra estos acontecimientos en su autobiografía y, tal y como es habitual en él, no escatima en emoción ni en preciosismo retórico. Se presenta ante Diderot flotando de excitación. Su amigo le anima a participar en el conclurso. Rousseau responde a la pregunta de la Academia -que esperaba algo completamente distinto- con una inequívoca convicción en contra de la cultura. Por primera vez plasma en un papel la tesis que le ha hecho célebre. Su teoría es la que sigue: cuando el hombre vivía en armonía con la naturaleza, era bueno y feliz; sin embargo, el progreso de la civilización le ha corrompido moralmente, ha causado su infelicidad y le ha robado su libertad. El escrito de Rousseau, Discurso sobre las ciencias y las artes, obtuvo el primer premio de la Academia y su autor se convirtió en una celebridad de la noche a la mañana. Rousseau fue el precursor de la vida sencilla en el campo, del sentimiento y de la sinceridad, del amor romántico y de la libertad del individuo. Es la voz de la Ilustración que anuncia un programa contrario al progreso de la civilización y que contrapone los ideales del sentimiento y de la moral al uso de la razón.
La civilización equivale para Rousseau a la cultura de la gran ciudad: la vida de los ricos y los que poseen educación en el Antiguo Régimen y la cultura de la corte. La civilización supone la imposición de la cortesía y del disimulo. La cultura produce personajes criticones como el Rameau de Diderot. Para Rousseau, la civilización significa masificación y ajetreo, lujo y mentira, frialdad de sentimientos y soledad entre la masa, y demasiada reflexión. La naturaleza es una vida en armonía y sencillez. Una existencia en soledad, tranquilidad, cordialidad en el trato, sinceridad, amistades verdaderas y amor (La nueva Eloísa). Es el mundo de la alimentación sana que evita las enfermedades de la civilización y que hace innecesaria la medicina. En la naturaleza, la vista contempla un paisaje bello, se recupera el ánimo y se celebran fiestas alegres y rústicas en reuniones sin pompa ni etiqueta. Es el único lugar donde el hombre puede ser él mismo, mostrar su autenticidad. El ideal de Rousseau es el "buen salvaje", que si bien puede resultar ingenuo, nunca será falso.
Rousseau odia los libros. Su modelo de niño, Emilio, tiene prohibido aprender a leer hasta cumplir doce años. Pero en este punto, la pescadilla se muerde la cola: si el filósofo no hubiera publicado sus ideas en un libro, no se hubieran extendido por toda Europa y nadie tendría la menor noción de quién era Rousseau. El pensador percibía esta contradicción, se odiaba así mismo por ella y sentía la necesidad de justificarse permanentemente. Se impuso, entonces, así mismo ser crudamente sincero al escribir sus Confesiones. Su autobiografía constituye una autorrevelación despiadada. Sin embargo, al recordar sus faltas morales, el autor se derrite en autocompasión. Al leerlas, uno no puede evitar la sensación de que Rousseau intenta culpar continuamente a otro de la insinceridad de su propia conducta. En una lectura pública de las Confesiones realizada en un salón parisino, el público se indignó con lo que revelaba el autor, hubo un tumulto y la policía tuvo que prohibir las siguientes convocatorias.
Como es natural Rousseau, el apóstol de la sinceridad, despreciaba el teatro, puesto que en él alcanza la máxima perfección el arte del disimulo y el juego de roles. Toda la efectividad del teatro depende de no ser auténtico. Y esto no se aplica únicamente a los actores que interpretan papeles, sino también al público, que gustosamente participa del engaño, de lo que no es "real". El teatro constituye para Rousseau la encarnación suprema de las costumbres corrompidas y la peor de todas las artes imaginables. Pero, también, en este punto debe reconocer el autor, con tristeza, que sus acciones no se corresponden con sus palabras, puesto que escribe obras teatrales y óperas. Incluso llega a presentar una pequeña pieza operística ante el rey, por la que Luis XIV quiere otorgarle una pensión vitalicia. El premio no fue posible porque el creador faltó a la audiencia real ya que temía orinarse encima durante la ceremonia (padecía una imaginaria enfermedad de vejiga).
El alegato de Rousseau a favor de una existencia bajo la máxima "sé tú mismo" le colocó en una situación paradójica. En el intento de comprobar si realmente era sincero, el autor no sólo se observaba así mismo, sino también al mundo que le rodeaba. Sólo comparándose con otras personas podría constatar si él era auténtico. No tiene mucho sentido examinar únicamente nuestro propio ser para comprobar si uno es más auténtico que uno mismo. Pero cuando Rousseau colocaba el mundo bajo su lupa para poder estar seguro de su propia sinceridad, creía reconocer en él mismo la rivalidad, la envidia y la hipocresía. Finalmente llegó a creer que había una conspiración contra él: cada cartero y cada paseante que le saludaba amablemente pasó a formar parte del complot que había urdido Europa (¡!) entera contra su persona. AL final, Rousseau incluyó a Dios en la conspiración: ¡Todo el cielo y la tierra intrigan en contra de Jean-Jacques Rousseau!
Rousseau es el fundador de la crítica moderna de la civilización. Para el autor, la civilización no conlleva una existencia mejor sino todo lo contrario. La cultura significa el mal, la frialdad, la desconfianza y el fingir. La civilización priva a los hombres de su bondad natural y de su libertad. Rousseau maneja contraposiciones simples: cultura contra naturaleza, ciudad contra campo, celebraciones en la corte contra fiestas rurales, apariencias contra sinceridad, inmoralidad contra moralidad, decadencia contra salud, lujo contra sencillez, masa contra soledad, egoísmo contra compasión, lectura contra hachar leña, besos de nata contra copos de avena. Todo lo "natural" es bueno. Por cierto, Rousseau nunca pronunció la conocida proclama "Vuelta a la naturaleza". Pero tuvo que soportar el comentario malicioso de un colega: el gran racionalista de la Ilustración, Voltaire, rechazó la posición anti-intelectual de Rousseau. Voltaire apostilló que al leer a Rousseau a uno le entraban ganas de volver a caminar a cuatro patas.
Rousseau nos resulta conocido. Su espíritu flota sobre las tiendas ecológicas y en las consultas de los médicos naturistas, sobre los seminarios de autorrealización y los talleres rurales de elaboración de queso artesanal. El legado de Rousseau inspira las ideas acerca de la "masificación" de las grandes ciudades, de la "alienación" de nuestra vida debido a las "imposiciones" sociales, del empeño por ser "uno mismo" y de la "frialdad" de las relaciones humanas en la sociedad. Recurriendo a Rousseau, uno puede expresar la indignación moral que le causan las investigaciones médicas o científicas, sin tener que hacer el esfuerzo de informarse con objetividad. Las huellas del testamento de Rousseau gotean de los dedos del turista que, en julio o en agosto, sentado en la terraza de una casa vacacional situada en un país del sur de Europa, moja una gruesa rebanada de pan moreno en el aceite de oliva que queda en el plato, el cual fregará luego en una palangana esmaltada, que previamente ha llenado con agua calentada en un hornillo de gas.

Capítulo dedicado a Lo que hay que leer en cuanto a CIVILIZACIÓN: Jean Jacques Rousseau, Discurso sobre las ciencias y las artes, 1750

Qué bonito es culturizarse, ¡a una le hace sentir tan bien! Rousseau me pondría verde por ello -¡¡¡Exceso de racionalismo!!!- y me sugeriría invertir mi tiempo y dinero en... nu sé, ¿crearme una huerta en la terraza? Sin embargo, mi querido y muerto amigo Rousseau, aún comulgando con muchas de sus ideas, ¿cómo iba a plantearme yo lo que me habriais sugerido -de estar vivo y ser mi amigo real- habiendo transcurrido 262 años desde que escribisteis el punto y final de vuestro discurso sino fuera por uno de... "esos" que detestais -un libro- y ciertos excesos racionalistas que despreciais -y de los que gozo a menudo-?  
*Rousseau levanta una ceja y comunica desde el más allá que ya han aludido antes a sus contradicciones personales, y que ya está bien de hurgar en la herida*
Disculpe, monsieur Rousseau, ha sido un gusto filosofar con vos, cuando quiera repetimos.

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