Por el camino Jesse y yo no nos miramos, caminamos
en silencio, mirando hacia delante, pero muy cerca el uno del otro.
Nuestras manos se rozan sin querer, pero luego se buscan como si el
encuentro fuera inevitable. Tímidamente se agarran, y es una
sensación rara porque no nos miramos, pero experimentamos el deseo y
los nervios de dos enamorados que están declarándose
silenciosamente. Al final, nuestras manos se aprietan y se aferran la
una a la otra. Permanecemos así un buen rato, disfrutando de la sensación de atravesar el mundo cogidos de la mano. Sin decir nada. De nada. Sin mirarnos. Aunque seamos tan diferentes y encajemos tan poco.
Ambos nos miramos al fin y yo bromeo con nuestra pasión
edulcorada de postal: “¿Qué tontos, no?” Jesse se echa a reír enseñándome todos sus dientes blancos y perfectos, y me
dice, “siií”, como si yo acabara de decir justo lo que él estaba pensando.
(Quién: Jesse Pinkman. ¿Cuándo? esta noche. ¿Dónde? en mi sueño. ¿Por qué? ni idea, ¿Jesse? ¿JESSE? O sea, es tan noblote... pero... ).
El inconsciente y sus respuestas a preguntas no formuladas (conscientemente).