martes, 6 de abril de 2010

El mundo para los ingenuos

Hoy he visto en el telediario una noticia acerca de la guerra de Irak, cuando unos soldados estadounidenses se cargaron desde su helicóptero a 12 personas, dos de ellas eran unos periodistas, y otros civiles.
Reproducen el vídeo grabado desde el propio helicóptero y sólo veo imágenes bastante borrosas, todo se ve en blanco y negro y no sé, los seres humanos no parecen más que simples monigotes, pequeños muñequitos que se mueven por la pantalla. Me pregunto qué clase de entrenamiento tienen esos soldados que miran las pantallas y sólo ven monigotes meneándose de un lado a otro, si realmente sienten algún tipo de responsabilidad moral, de implicación, de conexión, si son conscientes de que eso a lo que están disparando son seres humanos, si saben que apretando ese botoncito que lanza una rafága de ametralladora lo que se están llevando consigo son 12 vidas. Y digo esto porque no puedo evitar pensar en la similitud de esa pantalla gris de humanos minúsculos con un videojuego. En lo fácil que debe ser evadirse de la carga emocional de matar cuando lo único que ves son simples monigotes en una pantalla mientras disparas tu botoncito desde tu cabina. Y el monigote se queda quieto en el suelo y listo. Kaput.
Alguien felicita al soldado "buen disparo, gran puntería" (olé tus huevos).
Sé que las guerras existen desde que el hombre es hombre y que es ingenuo creer que tal y como está el mundo dejarán de existir pronto. La violencia nos es intrínseca. Sin embargo, me asusta cuando la guerra parece algo tan frío e impersonal, tan vacío, tan absurdo, como jugar a un videojuego... Apretar botoncitos desde lugares resguardados y seguros mientras abajo la gente revienta y arde en el infierno. Es injusto y es cruel. Es asqueroso. Si hay una guerra, que al menos el verbo matar siga manteniendo una dura y pesada carga moral y emocional... sé que estoy siendo una ingenua pero supongo que tengo mi derecho, sabiendo que en el caso de que estallara una aquí yo no sería más que uno de esos monigotes a tumbar apretando el botón.
"Sin Novedad en el Frente" fue la novela de Erich María Remarke que leí hace un montón de años sobre un soldado de la Primera Guerra Mundial que describía precisamente la matanza sangrienta, la locura salvaje de la muerte sin rostro, cayendo sobre miles de vidas anónimas también sin rostro, una generación entera de jóvenes pudriéndose en las trincheras, día a día, durante 4 años. La lectura de la segunda parte, "Después", fue para mí el doble de descorazonadora que la primera parte, retratando la vida de alguno de esos soldados después de que la guerra acabó... los que no perdieron la vida en el frente, habían perdido todo lo demás: las certezas, los valores, los motivos, los ideales, el futuro. Eran jóvenes destrozados por lo que habían visto y vivido, incapaces de rehabilitarse en la sociedad. Era cruel y era triste. Y sin embargo, para mí era un signo de esperanza, un canto a la vida y a la paz. Si ante la destrucción más encarnizada y salvaje se destruye algo dentro de nosotros, hay salvación. Si ante la destrucción más encarnizada y salvaje nos felicitamos por nuestra buena puntería, eso solo puede significar una cosa, RUINA.