sábado, 23 de octubre de 2010

Pan de gambas, alimento para el cerebro

Hoy el olor del aceite frito me ha recordado al pan de gambas del restaurante chino y he pensado que hace milenios que no como comida china. Soy una adicta a la comida china; en realidad, a cualquier cosa que sea exótica, en cualquier ámbito posible, culinario, cultural, filosófico, blablabla. Dadme exotismo y seré tan feliz como una perdiz. Quizá tengo un gen, el gen (conocido tal vez como el gen de la búsqueda inconstante o la insatisfaccion permanente) predispuesto a preferir lo exótico a lo cotidiano -a pesar de lo cual he de reconocer que también me gusta la paella de arroz y el jamón serrano, tan típicamente españoles-. Pero no sé, los rollitos de primavera,  las playas de Hawai, la ciudad de Samarkanda o el recuerdo brillante y reconfortante de aquel pequeño tugurio de Berlín donde olía a curry y comí arroz a las seis de la tarde después de  haber pasado toda la mañana metida en la Ciudad de los Museos, tienen un atractivo especial para mí. 
Igual que si fantaseo con islas coralinas del Pacífico o sabanas africanas, o bosques canadienses o montañas escocesas, o desiertos arábigos. ¿Por qué no me da por fantasear, no sé, pongamos, con Asturias patria querida, o Huelva, o la Sierra de las Nieves? baaaaaaah, son tan cotidianos y reales. Podría ir mañana mismo a todos ellos y visitarlos, y ¿entonces? ya no podrían formar parte de mi fantasía. 
Soy adicta a los imposibles para así no tener que enfrentarme a la posibilidad de una realidad manifiesta que pueda defraudarme. Soy como Platón en su caverna de las ideas, donde las mesas y las sillas son solo conceptos, sombras sin cuerpo físico, tan ideales y arquetípicas. Sin flecos ni desperfectos, porque al carecer de materia las ideas son puras y no destiñen en la lavadora, ni se erosionan ni estropean, como la nariz de la gran Esfinge.
Solo velo por tu seguridad, pequeña, para que la fantasía pueda continuar sin interrupciones. ¡Con lo bien que te lo pasas y lo mucho que te  diviertes!
Claro que también leí en algún lugar que en una vida pasada viví en alguna parte de Oriente Próximo y siempre sentiré unas ganas irrefrenables de volver. ¡Claro! en una vida pasada, yo viví en Petra, Jordania, en la ciudad escondida, y fumaba hachis con los beduinos, todo eso explica muchas cosas acerca de mi actual reencarnación.
Quizá algún día tenga la oportunidad de viajar a Petra y recuperar mi sentido de la cotidianeidad perdida y terminar así por acostumbrarme a ella, en vez de experimentar estos estados intermitentes de hurticaria cuando lo ordinario y toda su materialidad acechan y se oye el rumor de un bostezo universal. 

PD. Este cuento de Kafka me hace tan idióticamente feliz, no sé por qué.

El Híbrido