viernes, 25 de noviembre de 2011

Porca miseria!

Después de una sesión de pintura como la de hoy quisiera arrancarme los ojos, clavarles palillos de dientes y colocarlos en el último piso de mi futura gigantesca e imaginaria tarta de cumpleaños para zampármelos sin masticar. 
O tal vez en una copa de martini, en sustitución de las aceitunas.
Por supuesto yo sabía que no sabía pintar antes de meterme en estos berenjenales, pero soy una ilusa incurable, nunca pierdo la esperanza de despertarme un día y descubrir que soy una genia picasiana... (la paciencia es una virtud hasta que se convierte en lacra y autoengaño y pérdida de tiempo).

Y hablando de decepciones, ¿qué ha sido de ti, Manolo? Me pierdes con tanto barroqui-qui-quisssmo, tantos rizos y tanta jodida poesía del Renacimiento... Fintas en las fintas de las fintas. Me alegro por tu éxito y tal y cual, pero ¿dónde leches quedaron las canciones afiladas como cuchillos, las sopas de letras instantáneas, el aire a loco urbano de alma mitológica, el burlarse de uno mismo?  lo echo de menos. Ya sé, que ya no tienes veinte años, que ya no eres el mismo que fuiste, pero jo, esa toga de sabiduría con la que te has revestido no me gusta nada... te hace parecer viejo, agotado y débil. Al final va a ser que la culpa de tu encanto la tenía Quimi Portet...

A las pruebas me remito:

Manolo García 2011 "Creyentes bajo torres de alta tensión"

He vuelto sin ti al rincón olvidado

de una infinita campiña sin senderos ni cercados.

He vuelto a esa nada poblada de calles

vacías de gente.

Como en un sueño, de todo ausente;

alejado y creyente de estampas, creyente.

Creyente en ejido anegado de alelíes,

de pájaros bobos, de poetas rotos

sobre las arterias

de asfalto que contigo arreciaron.

Hacia los confines vírgenes remotos

de cielos prometidos, falsos,

que son llanto quedo de garzas en vuelo.

Creyente sobre torre de marfil.

Creyente, creyente.

He vuelto sin ti al Edén soñado,

de una infinita campiña sin senderos ni cercados.

He vuelto a esa nada vacía de calles

pobladas de gente.

Como en un sueño, de todo ausente.

Alejado y creyente de Ilíadas, creyente.

Creyente en un campo anegado de pecados,

creyente en un pozo de petróleo en alta mar,

de pájaros bobos, de muñecas rotas bajo luminarias,

de calles que contigo amanecí,

hacia los confines de galaxias solitarias

porque al averno arrastran.

Creyente bajo torres de alta tensión.

Creyente en vuelo libre sin motivo ni motor.


El Último de la fila 1986 "Mi patria en mis zapatos"

Jamás he podido respetar esas extrañas leyes.
Jamás lo podré disimular,
luna vuela y hazme a mi volar.
Estás tan lejos de mí que a veces pienso que nunca te encontré.
Un mundo extraño, dormido, a punto siempre de estallar.
Digo que volveré, primero debo aprender a caminar.
Sin ti sobreviviré, muy lejos tu nombre me acompañará.

Mi patria en mis zapatos, mis manos son mi ejército;
nace luna fría, nace y hazme olvidar.
Mírame, soy provisional;
tú también y nadie te comprenderá.
Quédate un minuto más;
luna azul descansa y hazme descansar.

Correré y gritaré si realmente queda algo que gritar
Lucharé y conquistaré si en verdad queda algo por conquistar.
Hablar donde las palabras mueren; mis ojos llegan más allá;
soñar, trabajo de dioses; luna vuela y hazme a mí volar.
Extrañas leyes en un mundo extraño.
Como a una niña de verdad te encontré llorando
 
Tomorrow will be other day!

viernes, 11 de noviembre de 2011

Triste Figura

Siempre quise visitar el Monasterio de Yuste, ese silencioso lugar donde Carlos I se retiró de la existencia mundana. Tuve la oportunidad de visitarlo y escuchar muchas de las historias del Rey de barbilla alzada, quien se declaró en luto perpetuo por su reina muerta y al final de su vida se lamentó de un reinado que  no fue más que una guerra tras otra, mientras su fantasía de imperio se desvanecía. Profundamente religioso (hasta la exasperación), enfermo de gota y lastrado por el dolor, cuando paseé por la que había sido su última morada, parecía seguir allí. En su pequeño despacho podía imaginar el crepitar de las llamas de la chimenea, aunque no estaba encendida. Al haberse declarado en luto perpetuo, todas las paredes de su casa-palacio estaban revestidas con pesadas cortinas negras que devoraban toda pequeña luz en aquel aislado rincón entre montañas. En su dormitorio, frente a su oscura cama de dosel y las cortinas de terciopelo negro inundándolo todo, casi pude sentir al hombre triste y patético que ubicó su cama frente a una ventana que daba al altar mayor del monasterio, para poder presenciar las misas de los monjes Jerónimos tres veces al día sin tener que levantarse de la cama. 
Pensé, cuánta tristeza y amargura concentrados en tan poco espacio. Pero también, mientras escuchaba el relato de la guía y miraba las expresiones serias del resto del grupo, cuánto patetismo que nos hace a todos humanos, que nos conecta unos a otros a pesar de los siglos de distancia y el rancio abolengo, siendo solo personas.  
Claro que luego se me acercó un guarda de seguridad para prohibirme que hiciera más fotos del interior del Real Sitio y me jodió todo el encanto humanístico del momento.