miércoles, 16 de septiembre de 2009

Vacaciones

En las vacaciones me ha dado por leer, estoy leyendo tantos libros a la vez que me cabreo conmigo misma por no tener 4 cabezas más que multiplicaran mi capacidad lectora. Pero soy humana (aunque algunos piensen lo contrario), y tengo mis límites.

Y la lluvia ha invadido los cielos. De pronto el Verano se largó con viento fresco y el Otoño se coló en el escenario con grandes fanfarrias y tormentas repentinas. Sabía que mis vacaciones estarían llenas de nubarrones y descargas eléctricas; era una especie de intuición desde hace meses. Lo veía venir. En realidad no me importa, el Otoño siempe ha sido mi estación preferida del año, aunque no suelo publicitarlo a menudo por temor a que me apedreen. Es que el Otoño no tiene muchos fans, las luces se apagan, la fuerza decae... ¿a quien le gusta echarse a un lado y prepararse para hibernar? pero tiene algo de especial, de paradójico, el principio del fin, que no es sino una manera de empezar de nuevo. Un giro más en la rueda, el formateo del disco duro.

Y cuando viene preñado de nubes y lluvias, se dispara mi amor otoñal.

Siempre me han maravillado los fenómenos meteorológicos. Reconozco que de pequeña lloraba con los truenos, lo cual tiene su lógica, los truenos no suenan a nada que tenga que ver con amabilidad y cariño. Con cinco años no tenía ni pajolera idea de lo que era un trueno, pero tenía claro que, fuera lo que fuera, sonaba a alguien o algo realmente cabreado en alguna parte del cielo (¡y todavía no sabía nada de mitología! ni falta que hacía, claro) Lluvia, rayos, truenos, vientos, nubes... creo que siempre tuve un alma neolítica y siempre la tendré, aaameeeeén.

La ciudad embota un poco la mente.

martes, 8 de septiembre de 2009

Estelas y zanahoria

Ni cremas, ni aceites, ni rollos macabeos. Para tomar el sol lo mejor es una zanahoria (sobretodo si se acompaña con un libro interesante). Los viejos trucos de la abuela siempre funcionan.

Me encanta el libro de Natalie Goldberg, "el Gozo de escribir". Siempre me digo a mí misma que voy a hacerle caso en todo lo que dice, aunque por lo visto mi vagancia natural es más fuerte que mis buenas intenciones y mis promesas de compromiso con la escritura.

A lo mejor es porque solo lo leo muy de vez en cuando, pero siempre me deja la sensación de haber rescatado la vieja llave del baúl secreto. Es un asco ser tan vaga y tan inconstante. Es una mierda no poder tomarme la escritura como algo parecido a un trabajo en vez de mantenerlo en el cajón desastre de "maneras de perder el tiempo". Siempre vuelvo a perder la llave, y lo peor, ni siquiera me doy cuenta.

Disciplina. Ese es el gran secreto. Me lo he dicho a mí misma mientras masticaba zanahoria y me dejaba tostar por el sol. El cielo era más azul y la luz más intensa. La ropa se sacudía con el viento y parecía hablar. Abajo en la calle un trabajador del ayuntamiento recortaba la maleza con una de esas máquinas que suenan a sierra eléctrica. Y yo he dejado el libro a un lado, contenta como las otras tantas veces a lo largo de mi vida que he creído haber descubierto la gran verdad, disfrutando del momento.

Se me puede acusar de ser una optimista incurable. O de tener memoria pez (por olvidar convenientemente las otras veces pasadas en que fracasé). O que gracias a lo segundo se me permite lo primero. Qué más da, lo importante es participar. Y ver cómo las nubes se deshacen y vuelven a formarse, y dejan estelas en el cielo y crean corrientes vaporosas, ha sido, cuanto menos, una imagen bastante metafórica de mi cerebro.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Dando tumbos

Vivimos en una rueda, en la vieja rueda de madera de un carromato lleno de colonos, zarpando a la conquista del Oeste.

La rueda se suelta del carro y cae cuesta abajo por el camino polvoriento, brincando, chocando, dando tumbos, asustando a los pájaros. Al fondo se oye la risa de un borracho tirado en la hierba, que mira de lejos. Da otro trago a la botella de whisky. Y sigue riéndose, cada vez más fuerte.