lunes, 16 de septiembre de 2013

¿Y si todo fuera un sueño?

Los sueños siempre me han obsesionado. Conozco gente que no sueña, o que lo hace, pero en  sus sueños jamás corren peligro. Yo, en cambio, soy de sueños truculentos, violentos y extremos. También tengo sueños seudo-místicos con participación divina o demoníaca; artísticos, con paisajes o visiones de una belleza sobrecogedora; enigmáticos, con mensajes o conversaciones con una clave encubierta que puedo pasarme días intenando descifrar. 
Los que más suelo recordar son los sádicos en los que corro el riesgo de palmarla, o en general, aquellos en los que soy testigo de accidentes, torturas, y cosas por el estilo. Total, que me pregunto cómo debe ser no soñar, o soñar cosas tipo: darse cuenta que llevas el pijama o que estás desnudo en medio de la calle... 
En mis sueños yo he escapado de Satán, me ha salpicado la sangre en la cara, he visto piernas cortadas y he muerto en alguna que otra ocasión. Sep. Esa es mi mente, retorcida, oscura, jugándose el tipo (o la cordura) una vez a la semana, por lo menos. 
Me siento como si hubiera estado en varios frentes de guerra, como si hubiera visto demasiadas cosas. Y lo peor (o lo mejor, según se mire) es que nunca ha pasado, salvo dentro de mi cabeza.

     

jueves, 12 de septiembre de 2013

Historias antiguas y modernas

Mi profesor de Historia Antigua era feo. Bajito, calvo como el culo de un bebé, varios tics faciales, un tono de voz raro, gutural. Pero era muy listo. Aún puedo verle sentado en la mesa, leyéndonos pasajes de Hesíodo, "los trabajos y los días". Luego, con su cerebro superdotado, exprimía los textos y se hacía un zumo. Era capaz de extraer conclusiones fascinantes sobre costumbres agrarias, sociales, judiciales, religiosas (y hasta de qué color se teñían el pelo) de un minúsculo trozo de poema escrito en el 700 a.C. Yo me quedaba perpleja. Incluso intenté emularlo leyendo por mi cuenta, pero no funcionó. No tengo el cerebro de Sherlock Holmes. 
Resulta que mi profesor era (es) catedrático de Historia Antigua. A los 23 ya investigaba para el Instituto Arqueológico Alemán, hablaba no se cuantos idiomas y era una eminencia en los orígenes de Roma y sus reyes míticos.
Todo esto lo averigué una tarde de esas en que te dedicas a googlear (porque una no tiene el cerebro de Sherlock, pero es bastante cotilla). Por entonces yo tenía 23 años y recuerdo que me deprimí mucho. Mientras yo malgastaba mis tardes googleando, a mi edad él estaba sentado en alguna biblioteca de Roma, becado por el instituto arqueológico alemán, escribiendo libros. En ese momento de lucidez me dije a mí misma: "nunca llegarás a nada". Ahora, con el tres delante del dos, lo que me hace verdadera gracia es haber soñado alguna vez que llegaría a algo.
Cómo me acuerdo de mi profesor mientras desayuno en un trabajo que no tiene nada que ver con los romanos, ni los griegos, ni la historia antigua, ni las bibliotecas, ni los procesos de investigación, ni nada que se le parezca...
¡Hasta casi me parece guapo!  (el profesor, digo)

    

martes, 10 de septiembre de 2013

Mi Yo Diabólico

En mi último sueño mi Yo Diabólico o Sombra se vengaba de un grupo de mineros altos, rubios y guapos  que me habían gastado una broma tonta: hacerme creer que la oscura galería en la que nos hallábamos iba a saltar por los aires con una carga de dinamita. Mi Yo Diabólico o Sombra (que era exactamente igual que yo, pero con muy mala leche y poco sentido del humor) me obliga a contemplar cómo manipula la bomba para hacerla funcionar de verdad. Yo tiemblo de horror, en plan, "¿pero qué haces, qué vas a hacer?" pero me veo incapaz de detenerla. Me saca de la montaña y con una voz de trueno les dice a los mineros altos, rubios y guapos, atrapados en las profundidades, algo así como:  "preparaos para morir" y acto seguido la montaña se hace pedazos con gran estruendo. Y con ellos dentro. 
Yo miro a mi Yo Diabólico sin poder creerlo, incapaz de entender cómo podía ser tan inflexible, tan dura, tan terriblemente cruel.

Si los sueños son una ventana al alma, yo empiezo a tener un problema, ¿no?
 


 

domingo, 8 de septiembre de 2013

Mi vida onírica mola, a veces


En mi sueño tengo que atravesar un río grande y profundo de color cieno, verdoso, pantanoso. Parece un río del Vietnam y yo el capitan Willard, zambulléndome, con el agua hasta el cuello, con el ceño fruncido y rezongando. 
-No me gusta este río. Es oscuro. No puedo ver nada de lo que me rodea.
Y aún así nado hasta llegar a las catacumbas, o quizá mejor, a unas cloacas de los bajos fondos de una ciudad olvidada. Allí entre paredes y suelos de cemento desnudo hay una pandilla de mafiosos orientales esperándome, vestidos de negro, con cara de malas pulgas. Al fondo, mi pelota de tenis amarilla que, por lo  visto, es lo que ando buscando desde hace mucho tiempo. Pero no parece una pelota de tenis normal, era de un amarillo fluorescente, brillante, como si Homer Simpson la hubiera contaminado con plutonio radiactivo y refulgiera en la penumbra de las cloacas con una intensidad diabólica. Yo sabía que el jefe de ojos rasgados no me lo iba a poner fácil. 
-Quiero que me des mi pelota -le digo.
El jefe me mira burlón, y su pandilla espera. Tienen un aire a lo Michael Jackson en "Bad", John Travolta en "Grease" y Patrick Swyze en "Rebeldes". O sea, una mezcla de pandilleros románticos, encanijados, engominados, con los bajos de los pantalones demasiado cortos. 
(No cuestiono los iconos de mi subcosciente).
La cosa es que el jefe me dice:
-No voy a dártela.
Y yo le contesto:
-Entonces voy a tener que pegarte.
A lo que él responde mirándome de arriba a abajo y riéndose a carcajadas. Lejos de amedrentarme, y aún sabiéndome completamente inexperta en las artes de la lucha, nos ponemos frente a frente listos para molernos a palos. Lanzo mi primer gancho sólo para descubrir que esto es más complicado de lo que yo esperaba, mi brazo atraviesa el aire demasiado despacio, mis movimientos son torpes e inconexos, el jefe mafioso se regodea de anticipación y se sonríe achicando los ojos. 
Ese es su final. Me lo dice el sueño. Nunca debió confiarse tanto. Al segundo, de esa manera en que solo ocurre en los sueños, de pronto tengo el mayor poderío de super guerrera que nadie pueda imaginar y le estoy dando la paliza de su vida. Él no puede ni replicar. Me mira con los ojos desencajados, no tanto por los golpes sino como gritando: ¡TU! ¿pero como es posible? ¡si sólo eres un monigote! pues este monigote lo deja k.o, tumbado en el suelo, moribundo, mientras le mira de hito en hito.
-No deberías haberme subestimado -le digo-. El exceso de confianza ha sido tu perdición.
Y así me voy con mi frase Jedai de la semana, sin recoger si quiera mi pelota radiactiva por la que he arriesgado mi pellejo, sin cosechar placer alguno por mi victoria, más bien sintiéndome como una maestra que acaba de dar una lección kármica a un alumno demasiado impetuoso y confiado. 

¿Cuándo voy a tener la oportunidad en la vida real de pegarle una paliza a un mafioso chino delante de una pandilla de horteras (aunque encantadores y anacrónicos) pandilleros y regalarles a todos las perlas de mi sabiduría? pues eso, nunca. Menos mal que sueño, y a través de los sueños, vivo.