viernes, 27 de mayo de 2011

El Sol de Primavera entró por la Puerta

Seguimos como en los tiempos del turnismo de Cánovas y Sagasta. La política está seca, todos lo estamos, incapaces de salir de un esquema que no parece dar más de sí. De todas maneras lo entiendo. Siempre se teme a lo desconocido. Sólo cuando lo conocido, trillado, y mil veces andado agota todos sus cartuchos y nos conduce a la indignación y al hartazgo, empezamos a preguntarnos si realmente es la única posibilidad, la única solución viable...  
Ahora que parece que algo ha comenzado, que algunos hablan en un idioma nuevo, desconocido, lleno de potencial... han conseguido que algo muy pequeño, muy frágil, pero al mismo tiempo imparable se haya instalado entre nosotros.  (Un sueño, una idea). Empezamos a abrir los ojos y a mirar alrededor, buscándole un sentido, un significado, una vía alternativa llena de vitalidad. 
No es cuestión de tirar la toalla y lamentarse, porque los cambios reales han de venir precedidos de un cambio de conciencia, y ese cambio sólo acaba de empezar. El debate debe comenzar.
¿Dónde están los límites? ¿por qué? ¿quién los pone? ¿por qué? ¿a quién beneficia y a quién perjudica? ¿por qué? ¿por qué tiene que ser así y  no puede ser de otra manera? ¿quién elije?  ¿quién se deja elegir? ¿quién queda excluido? ¿por qué? a cada respuesta, le sigue un por qué, y sólo cuando todos los porqués tengan sentido podremos considerarnos respondidos y satisfechos.

Mantengo un estado idiótico desde hace unas semanas. He soldado hierro en clase de escultura, he presentado algunos trabajos en clase, he tapeado en un bar, justo cuando una marea de gente pasaba ante mí al grito de: "no nos mires, únete", he pagado y les he seguido, y he mirado como tras de mí muchos hacían lo mismo.
Todo esto da qué pensar. Pero ahora estoy espesa. Simplemente invito a reflexionar. Invito a no dejarse llevar por nada ni por nadie. Te invito a elegir con plena conciencia y a reflexionar en qué estás eligiendo y por qué. Quizá acabemos en el mismo lugar de siempre, o quizá, por una vez, no.

Los astros ya lo avisaron. Esta es mi visión y mi idea, hay muchas otras. Como mi espíritu de lucha es nulo y no puedo contribuir con con el entusiasmo y el valor de un héroe en ninguna plaza (porque soy más Bilbo que Frodo, y cero Aragorn, pero sí tengo grandes dosis de Sam Gamyi, y me gustaría creer que algunas pinceladas de Gandalf, aunque me deprima ver mis debilidades humanas tipo Boromir), quise contribuir con lo único que a veces creo que me sale bien. Escribir.

(Dedicado a Democracia Real Ya. Escrito el Domingo 22 de Mayo, antes de irme a votar). 
 
PD. No criminalizo la riqueza. No sacralizo la pobreza. No creo en los números, ni en los conceptos abstractos, extraños, alejados de la realidad  "real"  y que son tan hábiles anestesiando las conciencias y abotargando las ideas, y enterrando más hondo ese divino tesoro -tan escaso- que es la capacidad de autocrítica. Creo en la gente. Creo en el individuo. Creo en sus derechos y en sus deberes. Creo en el compromiso. Creo en aquello que dijo Martin Luther King: "si no sabemos vivir juntos como hermanos, moriremos juntos como idiotas". Creo que si un gran porcentaje de esa gente y de esos individuos se sienten apesadumbrados e incapaces de tener un proyecto de vida, porque la realidad que les toca vivir les sofoca, les aprisiona, les impide ser libres... es que algo está fallando, y creo que tienen el derecho legítimo a promover un cambio, hasta que la gran mayoría de la humanidad sienta que su camino a la felicidad no es una vía muerta. La historia es un ejemplo continuo de que "nada dura eternamente" y que, como dijo Voltaire y demostró Darwin, es hora de "Renovarse o morir".    
*****

La gente fue ocupando la plaza poco a poco. Comenzó como un pequeño río en primavera, discurriendo suavemente por las calles, convergiendo en las plazas. Fue acumulándose lentamente, llamando la atención de sorprendidos viandantes. Fue alimentando sus consciencias, refrescando sus corazones; otros se fueron uniendo, alimentando el río con innumerables afluentes hasta que se fue haciendo más fuerte, más caudaloso, y su fresca y alegre música de aguas cantarinas se dejó escuchar en la distancia, alegrando el espíritu de hombres y mujeres.
Fue como un sueño ponzoñoso que se desvanece y libera al soñador para que despierte. Como si la luz del sol tocara por primera vez el monte, la plaza, los párpados del durmiente e iluminara rincones, corazones y esperanzas que llevaban años (décadas) bajo la dictadura de una fría penumbra, en el baúl del olvido, oculta en el más oscuro de los sótanos.
Alguien, algo, quizá era el momento... en realidad no importa. Sucedió que prendió la mecha en las conciencias, en las voces tantos años apagadas, subyugadas por el peso plomizo de rascacielos gigantescos que recortaban el horizonte y ocultaban su belleza sin límites, privando al mundo del sentimiento de lo infinito. Rascacielos tan altos que al alzar la mirada convergían en lo alto y taponaban el sol.
Sucedió que año tras año el cielo fue quedando más lejos, el sol más pálido, los muros más altos, las puertas cerradas a cal y a canto. Barrotes en las ventanas. La gente se sentía enjaulada en sus propias casas; casas que ya no sentían como propias, vidas que se sentían como ajenas, calles que terminaban en callejones sin salida. Caminaban cabizbajos, resignados, sintiéndose presos, sintiéndose mudos, temblando de frío, temblando de miedo, sin ver salidas ni escapatorias, salvo el seguir caminando en círculos. Cada vez más hambrientos y desolados mientras la ropa se hacía harapos. El espíritu ajado y polvoriento que ve cómo la ilusión en el futuro se escurre por las alcantarillas. Atrapados por las sombras gigantescas de rascacielos interminables y conceptos arbitrarios, desconocidos, engañosos, que dictaban el futuro de sus vidas, rascacielos desde los cuales pretendían hacerles olvidar que eran individuos con nombres y apellidos, pasado, presente y futuro, con problemas reales aquí y ahora; pretendían inculcarles que eran masa, una masa informe sin identidad que se debía entregar a un destino más grande, a un orden superior que lo abarcaba todo, que lo creaba todo, juez último y dios supremo. El deber de todos y cada uno es servir a ese orden omnipotente y omnisciente, aceptando su dictamen, sus crueldades, sus caprichos. Y este orden superior era el Mercado. Nadie puede escapar al Mercado. Porque el Mercado lo rige todo, es una apisonadora que todo lo arrastra, el Mercado es la barca en la que vamos todos y si se hunde, nos ahogamos. No sirve de nada luchar contra él. Acabar con el mercado, es acabar con nosotros mismos. Acepta. Es lo que hay.
Eso decían. Y todos lo creímos.
Por eso aceptamos y nos resignamos. Por eso guardamos silencio y no dijimos nada.
En los tiempos de esplendor cuando el Mercado estaba en alza, cuando se hicieron fortunas multimillonarias y engordaron los bolsillos de unos pocos con la fiebre del ladrillo y de la bolsa, la masa cabizbaja aceptó su gris destino “por el bien superior”, aunque no obtuviera de los beneficios macroeconómicos ni una sola tajada, aunque viera cómo el precio de sus viviendas, un bien considerado derecho de primera necesidad, se elevara a cifras imposibles a causa de la especulación, aunque viera que sus puestos de trabajo se abarataban, enflaquecían, se tambaleaban bajo el terremoto de la temporalidad, la inestabilidad y el despido. Aceptaron sumisamente estas condiciones paupérrimas “por el bien superior” del que hablaban desde los radiantes rascacielos, porque todos nos debemos al buen funcionamiento del Mercado, porque es necesario sacrificarnos por su futuro... aunque abajo en las calles hubieran dejado de atisbar el suyo, de presentirlo, de escucharlo... como si su futuro hubiera muerto antes de nacer. El hijo estaba muerto y lo enterraron sin llantos ni dolor. No había tiempo para eso.
El Mercado seguía creciendo con sus brillantes numeritos, significaran lo que significaran, con sus impúdicos lemas -máximo beneficio al mínimo coste, aunque sea humano-, mientras que para otros lo único que crecía era el volumen de su hipoteca (cuando todavía se concedían hipotecas), y los años condenados a pagarla. Toda una vida atando sus destinos a la severa, mecánica y autómata mano de los bancos, representantes del gran ente llamado Mercado.
Y pasó que de golpe (o eso dijeron desde los rascacielos) el Mercado enfermó por un veneno tóxico y cayó de rodillas. El Mercado estaba muy debilitado, vulnerable, quebradizo, y era necesario inyectarle antibióticos para que superara este bache, antibióticos que los cabizbajos de la calle tuvieron que pagar con sus impuestos y sus sueldos mileuristas de trabajos temporales (los que aún conservaban trabajo).
Y siempre por el bien superior del Mercado, porque se repusiese de la toxicidad que había ido acumulando con el paso de los años, se dijo que todos debíamos entregar lo mejor de nosotros mismos sin rechistar, rezando noche y día porque el Mercado sobreviviera a esta dura crisis. Algunos países de los alrededores quebraban, se hundían, sus sociedades se perdían a la deriva viendo cómo sus naciones se entregaban sin remedio al rescate ajeno, hipotecando su futuro a las sombras. Mientras, otras naciones en la cuerda floja rezaban porque agencias privadas de siglas extrañas no les suspendieran el examen y los hundieran en un pozo oscuro, expulsándoles del sacrosanto Mercado con el que tanto sudor les cuesta mantenerse.
Mientras tanto, otros en los pisos altos de los rascacielos, los mismos que habían alimentado al Mercado con el veneno tóxico de la especulación y la ficción engañosa del beneficio fácil y rápido, llevándolo por caminos equivocados mientras engordaban sus bolsillos y se desentendían del destino de la humanidad que habría de sufrir el desfallecimiento del Mercado; esos mismos para los que el mundo solo son cifras y números, se repartieron sus primas multimillonarias y se prepararon para retirarse unos años a la sombra, viviendo de lo que habían ganado con sus infectas estrategias y especulaciones; y soportar, como mucho, unas vacaciones algo menos suntuosas que las de años anteriores.
Les dio igual que el mundo sangrara, porque ellos no iban a sangrar. Pidieron a la masa que se sacrificara por un bien superior (su bien superior), el dios Mercado Global, mientras ellos sólo se deben así mismos, a sus paraísos fiscales, a sus carteras llenas de billetes.
Nos despojaron de todo. Su más terrible hazaña fue habernos despojado de sueños, esperanzas y futuro. Nos convirtieron en sombras asustadas del mañana, de un mañana que ya no existe para nosotros porque no hay luz que lo ilumine, estamos ciegos, avanzamos a tientas.
Sin embargo, ya no hay nada que temer. Las vendas cayeron. Los rascacielos han perdido su brillo, su lustre, su sabiduría oracular a la que todos nos entregamos por el bien común. Ya no hay luces resplandecientes en el parqué de la bolsa, ya no hay nada que nos engañe de la verdadera visión, no son más que moles de cemento de un gris cenizo. Aislamiento, barreras, paredes que taponan la calle. Los políticos gritan desde las tribunas, se desgañitan alzando la voz intentando hacerse oír, pero ya nadie les escucha, porque las vendas han caído y nada nos engaña de la verdadera visión: solo son marionetas cuyos hilos mueven desde lo alto, retroalimentándose mutuamente en un circuito cerrado. No han sabido hacer frente a las depravaciones del Mercado, más bien les abrieron las puertas, les allanaron el camino haciéndonos creer que ése era el único camino posible, ahogando la sed de luchar y cambiar. Políticos convertidos en los voceros del Capital, de un Capital que nada debe a tu país ni al mío, que no se compromete con nada ni con nadie salvo con el dinero, que no sabe que existes ni le preocupa, que jamás se comprometerá contigo ni conmigo, que jamás nos tratará como individuos con nombres y apellidos sino como cifras, estadística; que no sabe cuánto cuesta un café en un bar, ni lo que te cuesta a ti pagarlo cobrando cinco euros la hora (si es que cobras), que no sabe ni le importa que tu sueldo, si es que lo tienes, no llega ni a los mil euros, que vives con una mano de acero apretándote la garganta, que careces de un proyecto de vida porque tu futuro es un feto muerto. Políticos que proclaman la necesidad de austeridad, de retirar subsidios para sanear el Estado, de alargar la edad de jubilación, todo por el bien de un Mercado que ha de sobrevivir, aunque los ciudadanos, las personas de a pie sin grandes salarios, sin influencias en ninguna parte a las que aferrarse para sobrevivir, “sin importancia”, se conviertan en carne de cañón y caigan como moscas en el proceso, dejando un reguero de víctimas anónimas (una masa aplastada que a nadie le importa porque no son nada, ni nadie, sólo las víctimas propiciatorias sacrificadas a los dioses para que estos no la paguen con los que quedan vivos, temerosos de ser los siguientes en caer).
Pero las vendas cayeron y nada nos engaña de la verdadera visión. Ni los políticos, ni sus hijos, ni sus familias y amigos, dependerán jamás de un miserable subsidio de desempleo de larga duración de 400 euros para sobrevivir, ellos jamás se echarán a llorar porque no tienen cómo acabar el mes, cómo alimentar a sus hijos, cómo saldar sus deudas. Tienen coches y viviendas oficiales costeados por todos nosotros que los llevan y los traen aislándolos de la plomiza realidad de las calles. Se retiran a la edad que desean, con una pensión pagada por todos nosotros que ni tú ni yo soñaríamos poseer jamás. Porque ellos viven a la sombra protectora de un rascacielos, su futuro es una escalera que conduce al cielo, escaleras que tú y yo nunca veremos.
Contemplan estupefactos las plazas, el río humano brillante de agua y esperanza, el río que se abre camino buscando el horizonte sin límites y el cielo abierto que perdieron hace muchos años, el claro entre las nubes que les devuelva la fe en el futuro.
Y es ahora, cuando las vendas han caído y nada nos engaña de la verdadera visión, cuando nos sorprendemos a nosotros mismos, como individuos con nombres y apellidos y sin importancia en el destino global (eso nos han querido hacer creer), de haber soportado esta miseria, viviendo sometidos a una ficción nebulosa, al humo engañoso de un ente invisible llamado Mercado que nos ha despojado de todo con nuestro permiso y aceptación. Y es ahora, que descubierta la gran ficción, nos restregamos los ojos, fruncimos el ceño, y ocupamos el lugar que siempre nos correspondió: la plaza, que es nuestra, y abierta a todos. Porque no somos una masa informe sin destino ni conciencia, porque somos personas con derechos inalienables, indignados, dispuestos a recuperar la voz perdida, la dignidad pisoteada, el futuro recién concebido. Como individuos y como sociedad nadie puede arrebatarnos el derecho a luchar por nuestro destino individual y común. Reivindiquemos nuestro derecho a firmar con nuestro nombre y nuestros apellidos. No somos parte de una masa informe condenada a los designios de un ente invisible sin rostro, somos seres humanos, somos la humanidad.

Iremos a votar, y votaremos sangre nueva, sangre lejos de los tronos de piedra, que luche por nosotros, que no se haya vendido a las glorias del poder. Y si no existen todavía, los reinventaremos. Somos nosotros los que decidimos si son merecedores de representarnos. Si hay que cambiar el sistema, se cambia, porque no hay nada inamovible en un Estado de derecho cuya soberanía reside en manos del pueblo, y es el pueblo el que decide su futuro.

Salga quien salga no nos rendiremos. Rendirnos es lo que hemos hecho en las últimas décadas. Nuestra rendición es la que ha alargado los barrotes de nuestra jaula hasta una altura que ya no conseguimos divisar. Confía que si no es hoy, es mañana, o quizá pasado. Sigue luchando. No te rindas. No les escuches cuando digan "no hay nada que hacer, este es el único camino, acepta los límites". Tú elijes, tú pones los límites (por ti, por mí, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos).  

Hoy, cuando parece que ya no existen valores ni ideales salvo el dinero, es la hora de recordar aquello por lo que lucharon nuestros abuelos y abuelas, nuestros antepasados y nuestros ancestros siglos atrás, esa dignidad que tanto costó colocar en primer lugar, por encima de todo y de todos, más allá de cualquier interés o beneficio:

Artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. 

miércoles, 11 de mayo de 2011

Los Desastres de la Guerra



¡Qué valor! (Desastre de la guerra nº7)
Goya, un anciano para la época, se mantiene al margen. No está claro cuánto ha visto él mismo. Es seguro que en octubre de 1808 viaja a Zaragoza, la ciudad que le vio crecer, para celebrar su heroica defensa plasmándola en un lienzo. Sin embargo, en lugar de un cuadro realiza un grabado que muestra la hazaña de una mujer, que el pueblo conoce como Agustina de Aragón que, después de haber caído todos los hombres, enciende un cañón que expulsa a los franceses fuera de los muros de Zaragoza. Goya deja de lado a los enemigos y también a la ciudad; sólo muestra los cañones y a la delgada mujer, de pie sobre unos cadáveres.
(...) Su tema central es la guerra, la guerrilla de los españoles contra los soldados de Napoleón, una guerra marcada por un odio y unas atrocidades hasta entonces desconocidas en la historia bélica europea. Goya llena su álbum de bocetos de asesinatos, torturas y violaciones, y traslada esas escenas a planchas de metal; escoge 82 estampas para su ciclo de grabados sobre los Desastres de la Guerra.
Se trata de imágenes sin una estricta toma de partido, ni en favor de los ideales de la Revolución Francesa ni de la fama del propio país. Tanto franceses como españoles son víctimas de la crueldad y en muchas ocasiones ni siquiera resulta fácil observar en qué bando mata o muere cada uno. Todo esto resulta nuevo en el arte occidental. Desde los egipcios y los griegos, la representación de la lucha siempre ha servido para honrar a los vencedores, pues solo quien ha salido victorioso quiere eternizar sus hazañas y por eso realiza el encargo. Sin embargo, Goya no trabaja por encargo y la estampa con Agustina de Aragón al pie del cañón es la única en la que se aprecia algo así como una admiración por los héroes. No hay vencedores. A Goya solo le interesa reflejar cómo tratan los hombres a los hombres, cómo el caos y la lucha hacen de los ciudadanos bestias.
Para esta novedosa forma de ver la guerra, Goya encuentra nuevas formas de representación, como puede observarse comparando dos estampas con ahorcados. 
Los ahorcados (grandes desastres de la guerra, 1633 Jacques Callot)
La primera fue publicada en 1633 y es obra de Jacques Callot. Representa una ejecución en masa en la Guerra de los Treinta Años, en la que casi dos docenas de hombres cuelgan de las ramas de un árbol. El árbol se alza en el centro de la lámina, mientras que los ahorcados están distribuidos en un número similar a cada lado del tronco. La imagen presenta un equilibrio armónico, pues el espacio está ordenado claramente. Desde el punto de vista formal, este genocidio conserva un bello orden, un orden que testimonian también los versos acompañantes, que tachan a los ajusticiados de bandidos que sufren un justo castigo.
Tampoco (Desastre de la Guerra nº 36)

No solo Callot; también Goya -casi 200 años más tarde- subraya el eje central, pero no con el tronco del árbol, sino con el cuerpo del muerto. A diferencia de Callot, quien mantiene a la cruel muerte a distancia, Goya coloca al ajusticiado en primer plano. No representa un terreno tridimensional en el que el observador pueda distribuir a las figuras; aquí solo se ven retazos de un paisaje con matorrales y otros dos árboles cortados, con ahorcados. Nada parece ocupar ningún lugar concreto ni tener demasiado sentido. El soldado francés está sentado, apoyando la espalda distendido, después de haber hecho su trabajo. Su rostro no muestra satisfacción ni odio. Probablemente el zócalo de piedra sobre el que se apoya estaba previsto para una inscripción, pero está vacío. Goya incluyó en las estampas unas frases breves. Así, la anterior a esta en la colección está acompañada de la frase "No se sabe por qué"; al lado del ahorcado dice: "Aquí tampoco".
Esto es peor (Desastre de la guerra nº37)
Los Desastres de la Guerra se suelen interpretar como una documentación auténtica de la guerrilla y de su especial crueldad. Pero, al margen de los cadáveres, de los heridos y muertos de hambre, el pintor prácticamente no vio nada más. No es un corresponsal de guerra, sino que muestra los productos de su imaginación. 
¿Qué hay que hacer más? (Desastre de la guerra nº 33)
Al igual que en los Caprichos, su fantasía está dominada por temores, por las amenazas a las que se siente sometido. Su sordera, la pérdida de orientación que resulta de esta y la consecuente inseguridad, probablemente impulsaran esos temores. Si antes le angustiaban los murciélagos, ahora le atormentan las visiones de tortura y muerte, más allá de toda realidad, por ejemplo en la lámina con el cuerpo desnudo de un hombre, empalado en la rama vertical de un árbol muerto. A otro, dos hombres vestidos de uniforme le abren las piernas y un tercero le golpea con un sable en los genitales. En los Desastres de la guerra las mujeres son asaltadas, maniatadas, asesinadas, pero nunca son víctimas de mutilaciones violentas. Esa forma de muerte la reserva Goya a los hombres; son las fantasías masculinas las que dan un acento especial a sus estampas de guerra.
En 1813, Napoleón, que vuelve de Rusia con los restos de su "Grande Armée", es vencido en Leipzig. Se perfila ya el fin de su dominio. A continuación, José Bonaparte abandona Madrid; Fernando VII, el hijo de María Luisa y Carlos IV, comienza a reinar. Restaura el sistema absolutista, vuelve a introducir la Inquisición, devuelve a la Iglesia sus posesiones y la exención fiscal y, con ello, poder; exige purgas (...).
Las purgas empujan al exilio a 50.000 españoles. Goya -a los ojos de Fernando, un colaborador- se queda. ¿Se siente demasiado viejo? ¿cree que su fama le protege? ¿No quiere perder su pensión como Pintor de Cámara? La Inquisición lo cita por La maja desnuda, pero no lo castiga; se exige que unos testigos confirmen que él "rechazó con decisión cualquier relación con los miembros del gobierno usurpador". Ya antes, Goya había escrito a los nuevos poderosos que "sentía el deseo ardiente de eternizar con el pincel las escenas más honrosas de nuestro alzamiento contra el tirano". El soberano se muestra indulgente; la Corona corre con los gastos de los lienzos, los bastidores de cuñas y las pinturas para dos lienzos de gran formato. Además, abona un honorario al pintor por el tiempo que precise para esos trabajos. En 1814 Goya suministra además, por iniciativa propia, seis retratos del nuevo monarca.
Los fusilamientos del 2 de mayo, 1814

Los dos lienzos, El 2 de mayo de 1808 en Madrid y Los fusilamientos del 3 de mayo parecen realizados inmediatamente después de los sucesos; sin embargo, el pintor los hizo seis años más tarde y muestran una composición muy artística. Esto puede decirse sobre todo de la escena de los fusilamientos: sólo las víctimas aparecen a la luz, son reconocibles como individuos, como personas que miran a la muerte a los ojos. A los soldados, Goya los deja en el anonimato. Cada una de las víctimas tiene su propio movimiento: las manos cerradas en un puño o unidas para rezar, cubriéndose el rostro o con los brazos abiertos como en los cuadros del Crucificado. En cambio, los soldados están inmóviles, uno igual al otro. Para que nadie dude de en qué piensa el pintor al presentar a las víctimas con los brazos abiertos, les añade llagas y aclara el fondo de las cabezas como si fuera una aureola. El fusilamiento en sí no le interesa; de haber sido así habría tenido que representar a los prisioneros con las manos atadas y los soldados habrían tenido que estar a mayor distancia, pues ningún soldado desea mirar a la cara a sus víctimas indefensas. Goya no pinta un cuadro realista, sino un lienzo de carácter religioso; canoniza al pueblo que se libera del tirano, creando así un nuevo icono nacional de la resistencia española.
No obstante, la génesis de estos dos cuadros es menos heroica. Goya los pinta para granjearse la confianza del nuevo tirano, el rey Fernando VII, para conservar su pensión, para asegurar su existencia en Madrid: cierto oportunismo práctico forma parte del carácter de Goya. Fernando le conserva, benevolente, la pensión; sin embargo, los dos lienzos van a parar al almacén. 
La sublimación del pueblo no es compatible con sus ideas de monarca absoluto.

(Extraído, sin ánimo de ofender, de: Francisco de Goya Rose-Marie & Rainer Hagen, ed. Taschen)

¡De lo que se entera una leyendo libros!

lunes, 2 de mayo de 2011

Agujetas en las alas y sueño bíblico absurdo

Yo era en verdad un muchacho, y estoy con Sam y Dean, los hermanos Winchester, que conducen una furgoneta blanca. Me piden que hable de mi oscuro pasado, de quién me persigue, qué monstruos he visto. Yo no quiero hablar, me mantengo callada y hosca (callado y hosco). Entonces de pronto, estoy en una misión. Es de noche, estoy en un paraje desolado, sin árboles, el suelo está embarrado y se me hunden los pies. Hace frío, estoy corriendo, en peligro, perseguida por algo maligno. Entonces veo un hombre joven vestido de blanco, con sus túnicas, tirado en el barro bocabajo, derrotado. Es... ¡Jesús! el hijo de Dios, derrumbado en el suelo, y ahora sé que mi misión es rescatarle. Voy hasta él, sólo es un hombre humano pero tiene ese aire ancestral, puro y élfico, como una luz blanquecina a su alrededor y unos ojos grandes y melancólicos.
-¡Vamos! ¡he venido a ayudarte! 
Le ayudo a levantarse y entonces aparece ese "algo" que me perseguía, que no es otra cosa sino... ¡el Demonio! el demonio nos ha visto a ambos y viene a por nosotros, pero entonces algo se interpone en su camino. Es... ¡otro demonio! un Satán aún más primigenio que el anterior, que ya no parece humano sino una especie de criatura titánica, un monstruo sin rastro de humanidad o inteligencia en su aspecto o mirada. Es una maldad pura, instintiva, elemental. Y no nos mira a nosotros, al Jesús élfico o mí, sino al otro demonio. Y abre la boca y lanza un aullido de tiranosaurio... listo para atacar.
-¡Vamos! -le grito a Jesús tirando de su mano-. Tú representas el Bien, y ellos representan el Mal. No van a atacarte a ti, se atacarán entre ellos para ver cuál de los dos vence...
Es nuestra oportunidad de escapar. Y corremos campo a través, y tras de nosotros se oyen los terribles alaridos de la pelea, y el cielo se llena de explosiones increíbles, como bombas nucleares estallando y lanzando ondas expansivas alrededor nuestra. 

De pronto he vuelto a la Tierra. Mi misión ha acabado con éxito. Sé que he salvado al representante del Bien. Sé que esa era mi tarea. Entonces hay gente a mi alrededor y me pregunta dónde he estado. 
-Ayudando a Jesucristo -respondo.
Y de pronto lo que parecía tan natural en el mundo oscuro de lodo, parece absurdo en la Tierra (tan absurdo como puede parecer ahora, mientras escribo este sueño). Yo misma -ya he vuelto a ser mujer- me doy cuenta de ello y me avergüenzo pensando que los demás creerán que me he vuelto loca...
-¡¿A Jesús?! ¡pero qué dices! -se burlan.
-Sí, le he ayudado a escapar... -insisto, a la defensiva, esperando que me acribillen y humillen por loca.
-¿Y tu mano? ¿qué le ha pasado a tu mano? ¡te han crecido los dedos!
Pues de pronto, cómo solo ocurre en un sueño, sé que antes de irme a mi misión una de mis manos estaba lisiada, tenía cortados todos los dedos de una mano. Levanto mi mano y la miro. Está intacta, con todos sus dedos. Sonrío agradecida. 
-Ha sido Jesús -digo-. Me ha devuelto los dedos.
Y sé que el hijo de Dios caído de bruces en el barro, como un pobre humano con aire desvalido y melancólico, me ha regalado los dedos que en el pasado perdí, en agradecimiento por ayudarle a escapar del lodo. 

Un sueño curioso teniendo en cuenta mi tendencia al paganismo, agnosticismo y existencialismo. O sea, ¿quién sueña con Dios y el Demonio? ¿quién alude a la representación del Bien y del Mal mientras no tiene control sobre su mente consciente? pues los locos de atar, claro.
No sé si la culpa de todo esto la tiene haber ido al concierto de Ismael Serrano, que regaló ¡4 horas! de su tiempo cantando sin parar con esa voz ronca y triste, y sólo paró porque el teatro encendió las luces y nos echó a todos, porque creo que habría seguido al grito de ¡otra, otra, otra! 
La gente se sabía las canciones, la gente se conmovía con sus historias, atrás mío todo eran oes y aes cuando reconocían los acordes de una canción (quizá "su canción" porque son todas tan de ti, de mí, de ellos, de todos nosotros). Y yo, sin saberlo ni haberlo pretendido, pasé mucho tiempo de esas cuatro horas sintiendo escalofríos. 
No sólo cantó, recreó un Universo, un cuento mágico de un bloque de viviendas lleno de vecinos y de historias llenas de alma, y conforme pasaban esas cuatro horas él las iba conectando entre sí como en una sinfonía perfecta...  la gente reía, aplaudía o murmuraba "ohhhhhhhh", entregados, motivados, partícipes de cada cuento. (Porque todas las historias acaban bien, todos acabamos moralmente reconfortados).
Ismael Serrano es mi Jesucristo. Lleno de valores, de crítica a los políticos, al sistema, a las mentiras y a las hipocresías, lleno de historias cuyo escenario es el metro de Madrid, los tugurios de mala muerte, las pensiones, la oficina donde malgastamos los años. Y cómo hacer de todo eso mitología, es un gran misterio.
Me hizo sentir en un cuento de la Isabel Allende de los primeros años.
Es una lástima que ya esté casado, porque sin duda, me hubiera casado con él si él hubiera aceptado mi humilde solicitud.

Un pequeño regalo, su canción bandera... tan vigente todavía, quizá hoy más que nunca: