jueves, 29 de julio de 2010

No puedes escapar de lo que eres

Estoy enamorada de Ben Hawkins. En general, estoy enamorada de la serie Carnivale, tan perturbadora y angustiosa, tan llena de visiones, criaturas demoníacas, sueños laberínticos y señales raras. Eso sin contar la ambientación de circo y su gente estrambótica, los campos secos y ralos de los años treinta por donde transitan las caravanas visitando puebluchos de mala muerte. Y ese cura, el hermano Justin, que da escalofríos con solo mirarle...
Me encanta que el desenlace final, la batalla definitiva entre Ben y el hermano Justin, cobre peso y forma en cada capítulo. Pasa de un simple sueño en el que se ven el uno al otro, a una inquietud por saber qué significan o quiénes son, luego una búsqueda y una persecución invisible en el que cada uno siente al otro cada vez más cerca y más amenazante, hasta que ambos son totalmente conscientes de que su lucha será una lucha a muerte.
De alguna manera su forma de encarar este dilema de sus poderes (primero negándolos, luego confrontándolos, luego aceptándolos, luego entregándose) te hace sentir como si tú también tuvieras un Destino inevitable e irrenunciable, que la batalla tendrá lugar tarde o temprano y que no puedes escapar, sino prepararte para la lucha. Como dice Henry Skader "no puedes escapar de lo que eres".

Y hablando del destino, estoy leyendo la biografía de Van Gohg. Algunas de las cartas a su hermano sencillamente me dejan sin palabras.

"Es verdad que a menudo he ganado mi pedazo de pan, a menudo algún amigo me lo ha dado por lástima, he vivido como he podido, lo mismo bien que mal, como se presentaba; es verdad que he perdido la confianza de algunos y es verdad que mis asuntos pecuniarios se encuentran en un triste estado; es verdad que el porvenir es bastante sombrío; es verdad que habría podido hacerlo todo mejor; es verdad que nada más que para ganarme el sustento he perdido el tiempo; es verdad que mis estudios siguen en un estado bastante triste y desesperante y que es más lo que me falta, infinitamente más, que lo que tengo. Pero, ¿a eso le llamáis descender, a eso le llamais no hacer nada?
Tú dirás, tal vez: Pero ¿por qué no has seguido, como hubiéramos deseado, por el camino de la universidad? no contestaré nada, salvo esto: es demasiado; y además, ese porvenir no era mejor que el presente que ando siguiendo.
Así es como encaro las cosas: continuar, continuar, continuar.
Pero, ¿cuál es tu propósito definitivo? dirás tú. Este propósito se vuelve más definido, se dibujará lenta y seguramente como el croquis se hace esbozo y el esbozo cuadro a medida que se trabaja más seriamente... (...)
¿Por qué te digo todo esto? no es para quejarme, no es para disculparme porque mas o menos no pueda tener razón, sino simplemente para decirte esto: Cuando me visitaste por última vez el verano pasado (...) y tú decías "entonces estábamos de acuerdo sobre muchas cosas, pero, agregaste, desde entonces tú has cambiado mucho, no eres ya el mismo". Y bien; esto no es del todo así; lo que ha cambiado es que entonces mi vida era menos difícil y mi porvenir menos sombrío en apariencia; pero en cuanto a lo interior, en cuanto a mi manera de ver y de pensar, no he cambiado; solamente, si en efecto hubiese un cambio, es que ahora pienso y creo y amo más seriamente lo que también entonces pensaba, creía y amaba (...). Soy una especie de fiel en mi infidelidad y, aunque cambiado, soy el mismo y mi tormento no es otro que este: ¿Para qué podría yo servir? ¿no podría yo ser útil de alguna manera? ¿cómo podría yo saber más y ahonda tal o cual tema? ya ves, esto me atormenta continuamente y además, uno se siente prisionero en su tormento, excluido de participar en tal o cual obra, y tales y cuales necesarias están lejos del alcance. A causa de esto no se vive sin melancolía, después se sienten vacíos allí donde podría haber amistades y altos y serios afectos, y se experimenta como el terrible decaimiento roe hasta la misma energía moral, y la fatalidad parece poder poner una barrera a los instintos afectivos, y una marea de náusea sube a la garganta. Y en seguida se dice ¿hasta cuándo, Dios mío? (...)
¿Acaso hay haraganes y haraganes que hacen contraste? Está aquél que es haragán por pereza y dejadez de carácter, por la bajeza de la naturaleza; tú puedes, si lo juzgas bien, tomarme por uno de éstos.
Después está el otro haragán, el haragán a pesar suyo, que vive roído interiormente por un gran deseo de acción, que no hace nada porque vive en la imposibilidad de hacerlo, puesto que está como preso en alguna cosa, porque no tiene lo que necesitaría para ser productivo, porque la fatalidad de las circunstancias lo reduce a ese punto; un haragán así no sabe siempre él mismo lo que podría hacer, pero lo siente por instinto; por tanto, sirvo para algo, siento en mí una razón de ser; sé que podría ser un hombre por completo diferente. ¿En qué podría ser útil? ¿en qué servir? ¿hay algo dentro de mí? ¿qué es, entonces?
Este es un haragán muy diferente, tú puedes, si así lo juzgas, tomarme por uno de estos.
Un pájaro en la jaula, en la primavera, sabe muy bien que hay algo para lo cual serviría, siente fuertemente que hay algo que hacer, pero no lo puede hacer. ¿Qué es? no lo recuerda bien, después tiene ideas vagas y se dice "los otros hacen sus nidos y tienen sus hijos y crían la nidada", después se golpea el cráneo contra los barrotes de la jaula. la jaula sigue allí y el pájaro vive loco de dolor.
"Mira qué haragan -dice un pájaro que pasa- una especie de rentista". Sin embargo, el prisionero vive y no muere, nada se muestra exteriormente de lo que ocurre en el interior, se lleva bien, se le ve medianamente alegre al rayo de sol. Pero llega la época de la migración. Acceso de melancolía. "Pero -dicen los niños que lo cuidan en su jaula- tiene todo lo que le hace falta". Pero él mira afuera el cielo henchido, cargado de tempestad, y siente la rebelión contra la fatalidad dentro de sí. "Estoy preso, estoy preso y no me falta nada, imbéciles. Tengo todo lo que hace falta.
¡Ah, la libertad! ¡ser un pájaro como los otros pájaros!"


lunes, 26 de julio de 2010

contéstame, ¿para qué sirve una hormiga?

Ayer pisé una hormiga sin querer -ahora las hay por doquier-. Cuando me di cuenta estaba medio aplastada y luchaba inútilmente por moverse. Terminé de rematarla para no alargar lo inevitable. Pensé "me he cargado una hormiga". Y me planteé cuantas veces no habrá ocurrido que sin querer, y a veces hasta sin saberlo, vayas por ahí matando bichos, o matando algo, lo que sea que antes de toparse contigo estuviera vivo. Es una suerte no ser hormiga, porque tiene que ser una putada que te maten, pero más aún que ni siquiera se cosquen de que te han matado. Pensar en estas cosas es un poco estúpido, pero últimamente es en lo único en lo que puedo pensar. En lo injusta e incontrolable que son la vida y la muerte, o más bien, en lo injusto que es el estar sometidos al azar más puro y más simple. Sin saber por qué llegas aquí, vives unos años, -algunos más y otros menos- y también sin saber por qué se acaba tu tiempo y te largas. Y cuanto más lo pienso, más extraño me parece. Y no puedo evitar que el resto de las cosas pierdan casi toda su importancia, al menos casi todas las que no tienen que ver con la Vida con Mayúsculas. El lado perverso es que ahora, antes de hacer o decir cualquier cosa, siempre me planteo el por qué, y el para qué. Y si alguien me habla y no me motiva la conversación, o hago algo que carece de importancia, el tiempo invertido resulta una pérdida inútil e irrecuperable.
El lado maravilloso -que también lo hay- es que el tiempo es tan escaso que tenerlo es un milagro, una breve oportunidad de estar despierto y decir tu nombre al mundo antes de ser barrido por el viento. Por eso hay que esforzarse en que la vida sea maravillosa y mágica, porque si estamos despiertos, ya sea por error, por azar, por designio divino o por lo que sea, el único poder que tenemos como simples humanos, como simples hormigas que pueden ser aplastadas en cualquier momento sin que nadie se cosque, es el de la voluntad de crear algo hermoso para y por nosotros mismos antes del fin, y marcharnos al menos con una expresión serena en vez de con cara de idiotas.

El maldito turno de tarde me tuerce el humor.

martes, 13 de julio de 2010

malgastando el tiempo

Trabajar en el turno de tarde es una mierda. Yo soy un animal mañanero, siempre lo he sido. Mi índice de energías decrece exponencialmente con el debilitamiento de la luz solar.
Es igual lo temprano que me acueste y me levante, o lo mucho que intente organizar mi tiempo. Y me pone de mala leche que otros me hagan sugerencias de como invertirlo. Me digo, voy a aprovechar esta estúpida mañana para escribir eso que llevo tan atrasado, pero no sirve de nada porque me las paso mirando el reloj del portátil.
Tres horas para la cuenta atrás.
Dos horas y media.
Dos horas.
Una hora y media.
Una hora.
Hora de adecentarse físicamente y largarse.
8 horas por delante.
Y regresamos al portátil, porque no tengo sueño. Pero es demasiado tarde para enfrascarse a escribir, al menos a escribir algo digno. Y al final, otra vez acumulando deberes pendientes por falta de ¿tiempo?
Añoro mis 25 horas y todo el tiempo para malgastarlo de la manera que me de la real gana. Ser adulto es una mierda. Todas las veces que he trabajado de 40 horas en mi vida he acabado pensando lo mismo. Y cuando he cambiado de curro era como si huyera de una prisión pero, supuestamente, ¡es a lo único a lo que debería aspirar! a la jornada completa. A la casa y la a hipoteca. Al coche. A la semana de vacaciones en Nueva York o el Caribe, al plasma de 47 pulgadas. ¿Y qué pasa si todo eso me importa una caca? si lo que de verdad me preocupa es que parece que el tiempo deja de pertenecerte y tienes que invertirlo para ganar pasta para tener todas esas cosas que supuestamente quieres, y al final es tu tiempo el que acaba perdiendo todo su valor.
Me gusta trabajar pero me pregunto si será posible algún día que trabajar y disfrutar, aprender, expandirse... sean cosas que puedan ocurrir simultáneamente (por si acaso, he echado la solicitud para el grado de bellas artes).
No es que esté amargada por culpa del trabajo. No está mal comparado con lo que he tenido antes. Sólo siento algo extraño cuando miro la esquina superior derecha del portátil y me doy cuenta de que ya estamos a 13 de Julio.
Todo pasa sin sentirse y empieza a darme algo de miedo que siga siendo así.

Hoy he soñado que una mujer a la que yo consideraba mi vecina (pero no lo era) pegaba a mi puerta y me decía que quería que yo le enseñara a maquillarse los ojos. "Es que yo los maquillo de un modo muy femenino, casi no se nota, y me gusta cómo te los maquillas tú" me decía. Y yo, con una expresión de autosatisfacción, le enseñaba a maquillarse los ojos.
Desbarres de mi enigmático inconsciente.
Será mejor que me vaya a la cama.




jueves, 8 de julio de 2010

Rarezas inclasificables

Inspirada en un caluroso día de playa y mirando a esa extraña cosa que es el mar, se me ocurren gilipolleces de las más variopintas, como un rústico poema.

Mar picoteado de espuma blanca.
Hilillos de verde, azul y amarillo,
salpican sus rizos de agua.
El mar de cabellos celestes,
ondea en la lontananza.
espejo del Universo,
refleja la eterna danza
del baile del firmamento.
El sol, la luna, las estrellas,
los pájaros, las nubes, el viento,
todos miran al mar y se llenan de sentimiento.
El mar en su inmensidad,
es como un beso del Tiempo,
la marea que viene y va,
latidos de un corazón eterno,
que rompe el siniestro silencio.
Los pececillos que saltan,
los barcos surcando la azul explanada,
el horizonte en el mar parece que nunca se acaba.
Los sueños navegan con viento a favor,
y alcanzan costas lejanas,
islas, arrecifes y rocas,
algas, gaviotas y olas,
bailan al son de una música,
que cantan las caracolas.
Mar de rizos celestes,
que a toda la tierra baña.

Hoy he soñado con ratones y ratas que pretendían invadir mi casa (que no era mi casa en realidad), y yo, cual Aragorn trasnochado, me subo al último peldaño de la escalera y les grito a todos, ¡corred, yo me encargaré de ellos! y me lío a garrotazos salvajes con los roedores a pesar de que se acercan peligrosamente en tromba hacia mí.
No sé qué diría mi cobaya al respecto, no creo que le resulte agradable saber cómo trato oníricamente a sus primos, pero es que odio las invasiones. Y como si de un aviso se tratara, cuando voy a hacer la cama descubro que no está invadida de ratones sino de un montón de hormigas correteando bajo las sábanas. Eso me ha hecho cabrearme profundamente y gritar, porque yo no me meto nunca con las hormigas, pero, ¡en mi cama! joder. ¿Por qué me provocan de esta manera y sacan mi lado asesino?