viernes, 25 de noviembre de 2011

Porca miseria!

Después de una sesión de pintura como la de hoy quisiera arrancarme los ojos, clavarles palillos de dientes y colocarlos en el último piso de mi futura gigantesca e imaginaria tarta de cumpleaños para zampármelos sin masticar. 
O tal vez en una copa de martini, en sustitución de las aceitunas.
Por supuesto yo sabía que no sabía pintar antes de meterme en estos berenjenales, pero soy una ilusa incurable, nunca pierdo la esperanza de despertarme un día y descubrir que soy una genia picasiana... (la paciencia es una virtud hasta que se convierte en lacra y autoengaño y pérdida de tiempo).

Y hablando de decepciones, ¿qué ha sido de ti, Manolo? Me pierdes con tanto barroqui-qui-quisssmo, tantos rizos y tanta jodida poesía del Renacimiento... Fintas en las fintas de las fintas. Me alegro por tu éxito y tal y cual, pero ¿dónde leches quedaron las canciones afiladas como cuchillos, las sopas de letras instantáneas, el aire a loco urbano de alma mitológica, el burlarse de uno mismo?  lo echo de menos. Ya sé, que ya no tienes veinte años, que ya no eres el mismo que fuiste, pero jo, esa toga de sabiduría con la que te has revestido no me gusta nada... te hace parecer viejo, agotado y débil. Al final va a ser que la culpa de tu encanto la tenía Quimi Portet...

A las pruebas me remito:

Manolo García 2011 "Creyentes bajo torres de alta tensión"

He vuelto sin ti al rincón olvidado

de una infinita campiña sin senderos ni cercados.

He vuelto a esa nada poblada de calles

vacías de gente.

Como en un sueño, de todo ausente;

alejado y creyente de estampas, creyente.

Creyente en ejido anegado de alelíes,

de pájaros bobos, de poetas rotos

sobre las arterias

de asfalto que contigo arreciaron.

Hacia los confines vírgenes remotos

de cielos prometidos, falsos,

que son llanto quedo de garzas en vuelo.

Creyente sobre torre de marfil.

Creyente, creyente.

He vuelto sin ti al Edén soñado,

de una infinita campiña sin senderos ni cercados.

He vuelto a esa nada vacía de calles

pobladas de gente.

Como en un sueño, de todo ausente.

Alejado y creyente de Ilíadas, creyente.

Creyente en un campo anegado de pecados,

creyente en un pozo de petróleo en alta mar,

de pájaros bobos, de muñecas rotas bajo luminarias,

de calles que contigo amanecí,

hacia los confines de galaxias solitarias

porque al averno arrastran.

Creyente bajo torres de alta tensión.

Creyente en vuelo libre sin motivo ni motor.


El Último de la fila 1986 "Mi patria en mis zapatos"

Jamás he podido respetar esas extrañas leyes.
Jamás lo podré disimular,
luna vuela y hazme a mi volar.
Estás tan lejos de mí que a veces pienso que nunca te encontré.
Un mundo extraño, dormido, a punto siempre de estallar.
Digo que volveré, primero debo aprender a caminar.
Sin ti sobreviviré, muy lejos tu nombre me acompañará.

Mi patria en mis zapatos, mis manos son mi ejército;
nace luna fría, nace y hazme olvidar.
Mírame, soy provisional;
tú también y nadie te comprenderá.
Quédate un minuto más;
luna azul descansa y hazme descansar.

Correré y gritaré si realmente queda algo que gritar
Lucharé y conquistaré si en verdad queda algo por conquistar.
Hablar donde las palabras mueren; mis ojos llegan más allá;
soñar, trabajo de dioses; luna vuela y hazme a mí volar.
Extrañas leyes en un mundo extraño.
Como a una niña de verdad te encontré llorando
 
Tomorrow will be other day!

viernes, 11 de noviembre de 2011

Triste Figura

Siempre quise visitar el Monasterio de Yuste, ese silencioso lugar donde Carlos I se retiró de la existencia mundana. Tuve la oportunidad de visitarlo y escuchar muchas de las historias del Rey de barbilla alzada, quien se declaró en luto perpetuo por su reina muerta y al final de su vida se lamentó de un reinado que  no fue más que una guerra tras otra, mientras su fantasía de imperio se desvanecía. Profundamente religioso (hasta la exasperación), enfermo de gota y lastrado por el dolor, cuando paseé por la que había sido su última morada, parecía seguir allí. En su pequeño despacho podía imaginar el crepitar de las llamas de la chimenea, aunque no estaba encendida. Al haberse declarado en luto perpetuo, todas las paredes de su casa-palacio estaban revestidas con pesadas cortinas negras que devoraban toda pequeña luz en aquel aislado rincón entre montañas. En su dormitorio, frente a su oscura cama de dosel y las cortinas de terciopelo negro inundándolo todo, casi pude sentir al hombre triste y patético que ubicó su cama frente a una ventana que daba al altar mayor del monasterio, para poder presenciar las misas de los monjes Jerónimos tres veces al día sin tener que levantarse de la cama. 
Pensé, cuánta tristeza y amargura concentrados en tan poco espacio. Pero también, mientras escuchaba el relato de la guía y miraba las expresiones serias del resto del grupo, cuánto patetismo que nos hace a todos humanos, que nos conecta unos a otros a pesar de los siglos de distancia y el rancio abolengo, siendo solo personas.  
Claro que luego se me acercó un guarda de seguridad para prohibirme que hiciera más fotos del interior del Real Sitio y me jodió todo el encanto humanístico del momento.      


miércoles, 5 de octubre de 2011

Moraleja a una lista adosada

-Cuando era pequeña estaba enganchada a los dinosaurios y fantaseaba con tener un cuello-largo de mascota (la peli "El Valle Encantado" tuvo mucho que ver)
-Para jugar mis padres nos compraban plastilina, arcilla, collages, acuarelas y pinturas. Sin saberlo, me lanzaron al lado oscuro.
-Me encantaban los libros de primaria. En particular, me fllipaban las ilustraciones sobre el Otoño, y mi dibujo "fetiche" era un árbol deshojado, acompañado de una niña con bufanda y paraguas.
-De mayor quería ser arqueóloga (es decir, Indiana Jones); también veterinaria, antropóloga y pintora.
-Empecé a jugar a Monkey Island con 9 años y de ese juego aprendí lo que era la ironía: "me das tanto miedo como el tope de una puerta", "cuando sólo hay un candidato, sólo hay una elección" o "tú eres cola, yo pegamento". Le debo tanto a Ron Gilbert...
-Me eduqué en un colegio religioso concertado, lo que generó conflictos mentales de todo tipo. Papá, mamá: ¿qué fue primero, los dinosaurios, los monos, o Adán y Eva?
-Mi madre alquilaba una serie de dibujos en el videoclub cuyos protagonistas eran los dioses del Olimpo. Con unos 4 o 5 años conocí a Apolo, Zeus y Atenea. Apolo tenía un carro de caballos con el que paseaba el sol por todo el cielo, y la diosa Iris estaba enamorada de él y lo perseguía sin descanso.
-Con 8 años mi hermana, mi vecina y yo fundamos el "club de los goonies" una cosa muy chorra para escribir teatrillos, cuentos y bazofias por el estilo. Escribimos una Constitución. Uno de los artículos decía: "hay que tener un cancán (vale el del vestido de la Comunión)". Hicimos una reforma exprés -al estilo Zapatero- cuando mi primo ingresó en el club, ya que él no tenía cancán.
-Cuando llegaba Navidad y tocaba hacer Cristmas, yo siempre dibujaba al niño Jesús en el pesebre como una bolita negra. Esta costumbre era todo un enigma para la familia (que yo alimenté encogiéndome de hombros cuando me preguntaban por qué no le dibujaba cara). El origen fue un cristmas en el que, tras ochenta intentos de pintarle cara al niño Jesús sin éxito, de puro cabreo le hice una bola negra por cabeza. Lo enseñé junto con el de mis hermanas. La curiosidad que despertó entre el público hizo el resto, me moló y lo convertí en mi sello de identidad (buahahaha qué morbosa era yo entonces).
-Veía la Bola de Cristal, como todo el mundo. Cuando tocaban videoclips aparecía en pantalla: "VIDEOS MUSICALES". Como no le ponían tilde a la i de vídeos (porque estaba en mayúscula) pensaba que habían cometido un error ortográfico, que en verdad querían decir "FIDEOS MUSICALES" ya que según mi lúcida mente la palabra "videos" no existía y la que más se le parecía era "fideos". Ya de pequeña se me iba la olla pero mucho mucho.
-Claro que al cerebro lo llamaba "celebro", a las lágrimas "grámilas", y nunca superé el trabalenguas "un tigre, dos tigres, tres trigues"

¿Qué más puedo decir? que queda patente una cosa: la infancia marca para el resto de la vida, ergo, cuida lo que ven, oyen y aprenden tus hijos, o cualquiera sabe en qué clase de adulto desembocarán (yo soy un claro ejemplo del riesgo que corren tus hijos). Conoce a sus profesores, defiéndelos, respétalos, el colegio es el microuniverso de la infancia, nuestro primer encuentro con la sociedad y nuestra primera oportunidad para aprender sus normas, ritmos y valores, y TODOS deberíamos tener derecho a una educación digna, respetuosa y de calidad sin importar el dinero que nuestros padres tengan en la cuenta corriente. Su abundancia o su escasez no debería dictar quién eres y cuáles van a ser tus oportunidades en esta vida.

Si este pensamiento es una ingenuidad, más ingenuo fue el cerebro que inventó el lema "Legalidad, Igualdad, Fraternidad" y mira lo lejos que llegó; porque aunque en determinados momentos su lema palidezca y hay incluso algunos supuestos "servidores públicos" que lo olvidan, sigue contaminando y motivando con éxito los cerebros de varias generaciones futuras.

Y que siga así, por los siglos de los siglos, Amén.


  




sábado, 23 de julio de 2011

Madrugada

Voy por la carretera, a las y pico mil de madrugada. Siempre vacía, ni una farola, ni una luz, salvo la de la luna llena. Desde que la abrieron y la crucé por primera vez sentí una especie de inquietud inexplicable. Algo que me picoteaba siempre que iba por allí, algo que me hacía creer por un segundo que la silueta de un árbol o de un matojo era otra cosa. Será porque siempre la atravieso de noche, en silencio, a oscuras.
Esta vez algo se cruza en mitad de mi carril, sólo un bulto pero es real, y aplasto el pie contra el freno (el ABS funciona, por suerte).
"¿Cómo lo has visto?" me pregunta mi hermana, porque no se ve un pijo.
Era un perro color canela. Dio media vuelta y salió corriendo, desapareciendo en la oscuridad de la carretera. Carne de cañón, me temo, al pie de la cuneta. 
Le deseé buena suerte. Mi corazón galopaba.
"Porque le estaba esperando", respondo. 
Tarde o temprano él y yo nos íbamos a encontrar allí; yo lo había sabido antes pero sin saberlo, lo descubrí de golpe en el preciso momento en que estuvimos frente a frente. 
Y ambos sobrevivimos al lance del destino.

domingo, 17 de julio de 2011

1º de bellas artes


Sigo torpemente ascendiendo el camino del Aprender.
One day over the rainbow....

PD. (Gracias a los que se dejaron plagiar sin saberlo, y gracias al friki de Woody Allen por "Midnight in Paris")

viernes, 3 de junio de 2011

Esa loca bajita

Desde siempre quise escribir. Cuando era una mocosa pronto quedó patente que la parte más desarrollada de mi naturaleza era la imaginación. Nunca me conformé con la vida a secas, era necesario amueblarla y adornarla para sentirla como propia, como verdadera, para que no se diluyera demasiado rápido.
Rellenaba diarios, escribía cuentos e historias; y en el cole, lo que atesoraba con mayor primor contra mi pecho eran las libretas de clase de redacción, donde cada semana escribíamos un cuento y lo rematábamos con un dibujo. Adoraba esas libretas (ojalá las conservara, pero tener una madre obsesionada con limpiar el trastero una vez al año me lo puso muy difícil), no solo las mías, también las de mis hermanas, y en especial, la libreta de redacción de 5º de EGB de mi hermana mayor, que pasé todo un verano releyendo con mi otra hermana, (sobre todo aquella historieta de la estación de esquí que tanto me gustaba recrear en la mente).

Sentía fascinación por la antiquísima máquina de escribir de mi padre, aunque al escribir se me escurrieran los dedos por entre las teclas (es una pena que la vendiera, hoy día valdría una pasta, hoy día, serviría para decorar un rincón del salón de la gente más super chic). Una se sentía vetusta y señorial delante de aquella máquina tan distinguida que olía a metal y a tinta, que pesaba tanto que era extraño que sólo sirviera para escribir. Escribir en ella te hacía sentir importante, y lo escrito en ella adoptaba inmediatamente una apariencia profesional con aquellas antiguas letras de imprenta (incluso aunque fuera un mini cuento de una gata callejera blanca que encuentra el amor de otro gato callejero y pasan el resto de su vida compartiendo felizmente las espinas de pescado que rebuscan en la basura). 
Tengo recuerdos de mí misma con unos ocho años, sola en el salón, en aquella mesa tan grande de color negro, frente a la gran máquina de escribir. Desempaquetándola con respeto reverencial, admirando la belleza de sus teclitas redondas que parecían flotar en el aire. Y ese sonido tan maravilloso al aporrearla torpemente... Entonces no sabía taquigrafía, mis dedos eran muy pequeños, sólo usaba el índice y el corazón para escribir, me fastidiaba que se me escurrieran por los huecos de las teclas y por eso iba muy despacio, concienzudamente.
Más tarde mi padre sustituyó la vieja máquina por una eléctrica, ligera como una pluma y fácil de transportar, con un asa para llevarla a modo de maletín. Sin embargo, a pesar de todas sus ventajas -especialmente reseñable que tuviera el salto de línea automático- escribir en ella perdió toda la magia primitiva, quizá porque yo era más mayor y menos impresionable, o tal vez porque carecía del encanto arcaico de la primera máquina, porque no olía a tinta, porque parecía tan vacía y funcional, sin las teclitas redondas flotando en el aire, sin ese fascinante espectáculo del bailoteo del metal llenando el papel. No sé. Porque al escribir en ella ya no te sentías especial, sino una oficinista cualquiera.

Cuando pasé de querer escribir por puro regocijo a querer ser escritora, la jodí. Perdí toda mi inocencia, toda capacidad para escribir sin pensar en las consecuencias, simplemente abriendo las compuertas y dejando volar la imaginación. Recuerdo tantas mamarrachadas, gilipolleces pre y post adolescentes, tan ruborizantes y ridículas, pero encantadoras por el mero hecho de ser libres y apoteósicas, escritas sin pensar en nada ni en nadie, sin rastro de esa sombra al acecho en la que luego se convirtió mi mente, cuando decidí ser escritora, cuando me convertí automáticamente en mi propia inquisidora a la que todo le parecía tan desprovisto de arte y perfección, tan cutre, tan infantil, tan chusco. Y así pasé años soportando los azotes de su vara verde. ¡Aprende a escribir!  ¡aprende las reglas! ¡no te salgas del esquema! ¡pobre inútil con sueños de grandeza!
Y ya no volví a escribir como antes, con esa inconsciencia ingenua, con ese placer absurdo, sin pedirle cuentas a nadie, sin releer jamás lo escrito, todo de corrido, todo a trompicones, soltándolo sin más. Pasé a escribir con la espada de Damocles apuntándome al cráneo, el ceño fruncido y los hombros tensos por todo el peso de una grandeza inexistente que he de soportar, que he de igualar, que estoy a años luz de alcanzar, que me empuja a asesinar el mínimo indicio de imperfección detectada en cada frase que sale de entre los dedos impulsadas por un cerebro repleto de ganas de hablar.

Y aquí me veo en este ciclo sin fin de fagocitación. Escribir, estocada de espada, aniquilación. Una mano invisible arranca la hoja de la máquina de escribir, y grita, ¡NO! ¡otra vez! y regresamos. Escribir, estocada de espada, aniquilación. Una mano invisible arranca la hoja de la máquina de escribir y grita, ¡NO! ¡otra vez! y regresamos. Escribir, estocada de espada, aniquilación. Una mano invisible arranca la hoja de la máquina de escribir y grita, ¡NO! ¡otra vez! y regresamos.

Hoy, décadas después de aquel fatídico día en que decidí tomarme en serio, estoy decidida a involucionar. 
Declaro que ya no quiero ser escritora, no valgo para eso, me basta con escribir sin esperar nada de mí misma, ni de nadie.


viernes, 27 de mayo de 2011

El Sol de Primavera entró por la Puerta

Seguimos como en los tiempos del turnismo de Cánovas y Sagasta. La política está seca, todos lo estamos, incapaces de salir de un esquema que no parece dar más de sí. De todas maneras lo entiendo. Siempre se teme a lo desconocido. Sólo cuando lo conocido, trillado, y mil veces andado agota todos sus cartuchos y nos conduce a la indignación y al hartazgo, empezamos a preguntarnos si realmente es la única posibilidad, la única solución viable...  
Ahora que parece que algo ha comenzado, que algunos hablan en un idioma nuevo, desconocido, lleno de potencial... han conseguido que algo muy pequeño, muy frágil, pero al mismo tiempo imparable se haya instalado entre nosotros.  (Un sueño, una idea). Empezamos a abrir los ojos y a mirar alrededor, buscándole un sentido, un significado, una vía alternativa llena de vitalidad. 
No es cuestión de tirar la toalla y lamentarse, porque los cambios reales han de venir precedidos de un cambio de conciencia, y ese cambio sólo acaba de empezar. El debate debe comenzar.
¿Dónde están los límites? ¿por qué? ¿quién los pone? ¿por qué? ¿a quién beneficia y a quién perjudica? ¿por qué? ¿por qué tiene que ser así y  no puede ser de otra manera? ¿quién elije?  ¿quién se deja elegir? ¿quién queda excluido? ¿por qué? a cada respuesta, le sigue un por qué, y sólo cuando todos los porqués tengan sentido podremos considerarnos respondidos y satisfechos.

Mantengo un estado idiótico desde hace unas semanas. He soldado hierro en clase de escultura, he presentado algunos trabajos en clase, he tapeado en un bar, justo cuando una marea de gente pasaba ante mí al grito de: "no nos mires, únete", he pagado y les he seguido, y he mirado como tras de mí muchos hacían lo mismo.
Todo esto da qué pensar. Pero ahora estoy espesa. Simplemente invito a reflexionar. Invito a no dejarse llevar por nada ni por nadie. Te invito a elegir con plena conciencia y a reflexionar en qué estás eligiendo y por qué. Quizá acabemos en el mismo lugar de siempre, o quizá, por una vez, no.

Los astros ya lo avisaron. Esta es mi visión y mi idea, hay muchas otras. Como mi espíritu de lucha es nulo y no puedo contribuir con con el entusiasmo y el valor de un héroe en ninguna plaza (porque soy más Bilbo que Frodo, y cero Aragorn, pero sí tengo grandes dosis de Sam Gamyi, y me gustaría creer que algunas pinceladas de Gandalf, aunque me deprima ver mis debilidades humanas tipo Boromir), quise contribuir con lo único que a veces creo que me sale bien. Escribir.

(Dedicado a Democracia Real Ya. Escrito el Domingo 22 de Mayo, antes de irme a votar). 
 
PD. No criminalizo la riqueza. No sacralizo la pobreza. No creo en los números, ni en los conceptos abstractos, extraños, alejados de la realidad  "real"  y que son tan hábiles anestesiando las conciencias y abotargando las ideas, y enterrando más hondo ese divino tesoro -tan escaso- que es la capacidad de autocrítica. Creo en la gente. Creo en el individuo. Creo en sus derechos y en sus deberes. Creo en el compromiso. Creo en aquello que dijo Martin Luther King: "si no sabemos vivir juntos como hermanos, moriremos juntos como idiotas". Creo que si un gran porcentaje de esa gente y de esos individuos se sienten apesadumbrados e incapaces de tener un proyecto de vida, porque la realidad que les toca vivir les sofoca, les aprisiona, les impide ser libres... es que algo está fallando, y creo que tienen el derecho legítimo a promover un cambio, hasta que la gran mayoría de la humanidad sienta que su camino a la felicidad no es una vía muerta. La historia es un ejemplo continuo de que "nada dura eternamente" y que, como dijo Voltaire y demostró Darwin, es hora de "Renovarse o morir".    
*****

La gente fue ocupando la plaza poco a poco. Comenzó como un pequeño río en primavera, discurriendo suavemente por las calles, convergiendo en las plazas. Fue acumulándose lentamente, llamando la atención de sorprendidos viandantes. Fue alimentando sus consciencias, refrescando sus corazones; otros se fueron uniendo, alimentando el río con innumerables afluentes hasta que se fue haciendo más fuerte, más caudaloso, y su fresca y alegre música de aguas cantarinas se dejó escuchar en la distancia, alegrando el espíritu de hombres y mujeres.
Fue como un sueño ponzoñoso que se desvanece y libera al soñador para que despierte. Como si la luz del sol tocara por primera vez el monte, la plaza, los párpados del durmiente e iluminara rincones, corazones y esperanzas que llevaban años (décadas) bajo la dictadura de una fría penumbra, en el baúl del olvido, oculta en el más oscuro de los sótanos.
Alguien, algo, quizá era el momento... en realidad no importa. Sucedió que prendió la mecha en las conciencias, en las voces tantos años apagadas, subyugadas por el peso plomizo de rascacielos gigantescos que recortaban el horizonte y ocultaban su belleza sin límites, privando al mundo del sentimiento de lo infinito. Rascacielos tan altos que al alzar la mirada convergían en lo alto y taponaban el sol.
Sucedió que año tras año el cielo fue quedando más lejos, el sol más pálido, los muros más altos, las puertas cerradas a cal y a canto. Barrotes en las ventanas. La gente se sentía enjaulada en sus propias casas; casas que ya no sentían como propias, vidas que se sentían como ajenas, calles que terminaban en callejones sin salida. Caminaban cabizbajos, resignados, sintiéndose presos, sintiéndose mudos, temblando de frío, temblando de miedo, sin ver salidas ni escapatorias, salvo el seguir caminando en círculos. Cada vez más hambrientos y desolados mientras la ropa se hacía harapos. El espíritu ajado y polvoriento que ve cómo la ilusión en el futuro se escurre por las alcantarillas. Atrapados por las sombras gigantescas de rascacielos interminables y conceptos arbitrarios, desconocidos, engañosos, que dictaban el futuro de sus vidas, rascacielos desde los cuales pretendían hacerles olvidar que eran individuos con nombres y apellidos, pasado, presente y futuro, con problemas reales aquí y ahora; pretendían inculcarles que eran masa, una masa informe sin identidad que se debía entregar a un destino más grande, a un orden superior que lo abarcaba todo, que lo creaba todo, juez último y dios supremo. El deber de todos y cada uno es servir a ese orden omnipotente y omnisciente, aceptando su dictamen, sus crueldades, sus caprichos. Y este orden superior era el Mercado. Nadie puede escapar al Mercado. Porque el Mercado lo rige todo, es una apisonadora que todo lo arrastra, el Mercado es la barca en la que vamos todos y si se hunde, nos ahogamos. No sirve de nada luchar contra él. Acabar con el mercado, es acabar con nosotros mismos. Acepta. Es lo que hay.
Eso decían. Y todos lo creímos.
Por eso aceptamos y nos resignamos. Por eso guardamos silencio y no dijimos nada.
En los tiempos de esplendor cuando el Mercado estaba en alza, cuando se hicieron fortunas multimillonarias y engordaron los bolsillos de unos pocos con la fiebre del ladrillo y de la bolsa, la masa cabizbaja aceptó su gris destino “por el bien superior”, aunque no obtuviera de los beneficios macroeconómicos ni una sola tajada, aunque viera cómo el precio de sus viviendas, un bien considerado derecho de primera necesidad, se elevara a cifras imposibles a causa de la especulación, aunque viera que sus puestos de trabajo se abarataban, enflaquecían, se tambaleaban bajo el terremoto de la temporalidad, la inestabilidad y el despido. Aceptaron sumisamente estas condiciones paupérrimas “por el bien superior” del que hablaban desde los radiantes rascacielos, porque todos nos debemos al buen funcionamiento del Mercado, porque es necesario sacrificarnos por su futuro... aunque abajo en las calles hubieran dejado de atisbar el suyo, de presentirlo, de escucharlo... como si su futuro hubiera muerto antes de nacer. El hijo estaba muerto y lo enterraron sin llantos ni dolor. No había tiempo para eso.
El Mercado seguía creciendo con sus brillantes numeritos, significaran lo que significaran, con sus impúdicos lemas -máximo beneficio al mínimo coste, aunque sea humano-, mientras que para otros lo único que crecía era el volumen de su hipoteca (cuando todavía se concedían hipotecas), y los años condenados a pagarla. Toda una vida atando sus destinos a la severa, mecánica y autómata mano de los bancos, representantes del gran ente llamado Mercado.
Y pasó que de golpe (o eso dijeron desde los rascacielos) el Mercado enfermó por un veneno tóxico y cayó de rodillas. El Mercado estaba muy debilitado, vulnerable, quebradizo, y era necesario inyectarle antibióticos para que superara este bache, antibióticos que los cabizbajos de la calle tuvieron que pagar con sus impuestos y sus sueldos mileuristas de trabajos temporales (los que aún conservaban trabajo).
Y siempre por el bien superior del Mercado, porque se repusiese de la toxicidad que había ido acumulando con el paso de los años, se dijo que todos debíamos entregar lo mejor de nosotros mismos sin rechistar, rezando noche y día porque el Mercado sobreviviera a esta dura crisis. Algunos países de los alrededores quebraban, se hundían, sus sociedades se perdían a la deriva viendo cómo sus naciones se entregaban sin remedio al rescate ajeno, hipotecando su futuro a las sombras. Mientras, otras naciones en la cuerda floja rezaban porque agencias privadas de siglas extrañas no les suspendieran el examen y los hundieran en un pozo oscuro, expulsándoles del sacrosanto Mercado con el que tanto sudor les cuesta mantenerse.
Mientras tanto, otros en los pisos altos de los rascacielos, los mismos que habían alimentado al Mercado con el veneno tóxico de la especulación y la ficción engañosa del beneficio fácil y rápido, llevándolo por caminos equivocados mientras engordaban sus bolsillos y se desentendían del destino de la humanidad que habría de sufrir el desfallecimiento del Mercado; esos mismos para los que el mundo solo son cifras y números, se repartieron sus primas multimillonarias y se prepararon para retirarse unos años a la sombra, viviendo de lo que habían ganado con sus infectas estrategias y especulaciones; y soportar, como mucho, unas vacaciones algo menos suntuosas que las de años anteriores.
Les dio igual que el mundo sangrara, porque ellos no iban a sangrar. Pidieron a la masa que se sacrificara por un bien superior (su bien superior), el dios Mercado Global, mientras ellos sólo se deben así mismos, a sus paraísos fiscales, a sus carteras llenas de billetes.
Nos despojaron de todo. Su más terrible hazaña fue habernos despojado de sueños, esperanzas y futuro. Nos convirtieron en sombras asustadas del mañana, de un mañana que ya no existe para nosotros porque no hay luz que lo ilumine, estamos ciegos, avanzamos a tientas.
Sin embargo, ya no hay nada que temer. Las vendas cayeron. Los rascacielos han perdido su brillo, su lustre, su sabiduría oracular a la que todos nos entregamos por el bien común. Ya no hay luces resplandecientes en el parqué de la bolsa, ya no hay nada que nos engañe de la verdadera visión, no son más que moles de cemento de un gris cenizo. Aislamiento, barreras, paredes que taponan la calle. Los políticos gritan desde las tribunas, se desgañitan alzando la voz intentando hacerse oír, pero ya nadie les escucha, porque las vendas han caído y nada nos engaña de la verdadera visión: solo son marionetas cuyos hilos mueven desde lo alto, retroalimentándose mutuamente en un circuito cerrado. No han sabido hacer frente a las depravaciones del Mercado, más bien les abrieron las puertas, les allanaron el camino haciéndonos creer que ése era el único camino posible, ahogando la sed de luchar y cambiar. Políticos convertidos en los voceros del Capital, de un Capital que nada debe a tu país ni al mío, que no se compromete con nada ni con nadie salvo con el dinero, que no sabe que existes ni le preocupa, que jamás se comprometerá contigo ni conmigo, que jamás nos tratará como individuos con nombres y apellidos sino como cifras, estadística; que no sabe cuánto cuesta un café en un bar, ni lo que te cuesta a ti pagarlo cobrando cinco euros la hora (si es que cobras), que no sabe ni le importa que tu sueldo, si es que lo tienes, no llega ni a los mil euros, que vives con una mano de acero apretándote la garganta, que careces de un proyecto de vida porque tu futuro es un feto muerto. Políticos que proclaman la necesidad de austeridad, de retirar subsidios para sanear el Estado, de alargar la edad de jubilación, todo por el bien de un Mercado que ha de sobrevivir, aunque los ciudadanos, las personas de a pie sin grandes salarios, sin influencias en ninguna parte a las que aferrarse para sobrevivir, “sin importancia”, se conviertan en carne de cañón y caigan como moscas en el proceso, dejando un reguero de víctimas anónimas (una masa aplastada que a nadie le importa porque no son nada, ni nadie, sólo las víctimas propiciatorias sacrificadas a los dioses para que estos no la paguen con los que quedan vivos, temerosos de ser los siguientes en caer).
Pero las vendas cayeron y nada nos engaña de la verdadera visión. Ni los políticos, ni sus hijos, ni sus familias y amigos, dependerán jamás de un miserable subsidio de desempleo de larga duración de 400 euros para sobrevivir, ellos jamás se echarán a llorar porque no tienen cómo acabar el mes, cómo alimentar a sus hijos, cómo saldar sus deudas. Tienen coches y viviendas oficiales costeados por todos nosotros que los llevan y los traen aislándolos de la plomiza realidad de las calles. Se retiran a la edad que desean, con una pensión pagada por todos nosotros que ni tú ni yo soñaríamos poseer jamás. Porque ellos viven a la sombra protectora de un rascacielos, su futuro es una escalera que conduce al cielo, escaleras que tú y yo nunca veremos.
Contemplan estupefactos las plazas, el río humano brillante de agua y esperanza, el río que se abre camino buscando el horizonte sin límites y el cielo abierto que perdieron hace muchos años, el claro entre las nubes que les devuelva la fe en el futuro.
Y es ahora, cuando las vendas han caído y nada nos engaña de la verdadera visión, cuando nos sorprendemos a nosotros mismos, como individuos con nombres y apellidos y sin importancia en el destino global (eso nos han querido hacer creer), de haber soportado esta miseria, viviendo sometidos a una ficción nebulosa, al humo engañoso de un ente invisible llamado Mercado que nos ha despojado de todo con nuestro permiso y aceptación. Y es ahora, que descubierta la gran ficción, nos restregamos los ojos, fruncimos el ceño, y ocupamos el lugar que siempre nos correspondió: la plaza, que es nuestra, y abierta a todos. Porque no somos una masa informe sin destino ni conciencia, porque somos personas con derechos inalienables, indignados, dispuestos a recuperar la voz perdida, la dignidad pisoteada, el futuro recién concebido. Como individuos y como sociedad nadie puede arrebatarnos el derecho a luchar por nuestro destino individual y común. Reivindiquemos nuestro derecho a firmar con nuestro nombre y nuestros apellidos. No somos parte de una masa informe condenada a los designios de un ente invisible sin rostro, somos seres humanos, somos la humanidad.

Iremos a votar, y votaremos sangre nueva, sangre lejos de los tronos de piedra, que luche por nosotros, que no se haya vendido a las glorias del poder. Y si no existen todavía, los reinventaremos. Somos nosotros los que decidimos si son merecedores de representarnos. Si hay que cambiar el sistema, se cambia, porque no hay nada inamovible en un Estado de derecho cuya soberanía reside en manos del pueblo, y es el pueblo el que decide su futuro.

Salga quien salga no nos rendiremos. Rendirnos es lo que hemos hecho en las últimas décadas. Nuestra rendición es la que ha alargado los barrotes de nuestra jaula hasta una altura que ya no conseguimos divisar. Confía que si no es hoy, es mañana, o quizá pasado. Sigue luchando. No te rindas. No les escuches cuando digan "no hay nada que hacer, este es el único camino, acepta los límites". Tú elijes, tú pones los límites (por ti, por mí, por nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos).  

Hoy, cuando parece que ya no existen valores ni ideales salvo el dinero, es la hora de recordar aquello por lo que lucharon nuestros abuelos y abuelas, nuestros antepasados y nuestros ancestros siglos atrás, esa dignidad que tanto costó colocar en primer lugar, por encima de todo y de todos, más allá de cualquier interés o beneficio:

Artículo 1 de la Declaración Universal de Derechos Humanos:

Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. 

miércoles, 11 de mayo de 2011

Los Desastres de la Guerra



¡Qué valor! (Desastre de la guerra nº7)
Goya, un anciano para la época, se mantiene al margen. No está claro cuánto ha visto él mismo. Es seguro que en octubre de 1808 viaja a Zaragoza, la ciudad que le vio crecer, para celebrar su heroica defensa plasmándola en un lienzo. Sin embargo, en lugar de un cuadro realiza un grabado que muestra la hazaña de una mujer, que el pueblo conoce como Agustina de Aragón que, después de haber caído todos los hombres, enciende un cañón que expulsa a los franceses fuera de los muros de Zaragoza. Goya deja de lado a los enemigos y también a la ciudad; sólo muestra los cañones y a la delgada mujer, de pie sobre unos cadáveres.
(...) Su tema central es la guerra, la guerrilla de los españoles contra los soldados de Napoleón, una guerra marcada por un odio y unas atrocidades hasta entonces desconocidas en la historia bélica europea. Goya llena su álbum de bocetos de asesinatos, torturas y violaciones, y traslada esas escenas a planchas de metal; escoge 82 estampas para su ciclo de grabados sobre los Desastres de la Guerra.
Se trata de imágenes sin una estricta toma de partido, ni en favor de los ideales de la Revolución Francesa ni de la fama del propio país. Tanto franceses como españoles son víctimas de la crueldad y en muchas ocasiones ni siquiera resulta fácil observar en qué bando mata o muere cada uno. Todo esto resulta nuevo en el arte occidental. Desde los egipcios y los griegos, la representación de la lucha siempre ha servido para honrar a los vencedores, pues solo quien ha salido victorioso quiere eternizar sus hazañas y por eso realiza el encargo. Sin embargo, Goya no trabaja por encargo y la estampa con Agustina de Aragón al pie del cañón es la única en la que se aprecia algo así como una admiración por los héroes. No hay vencedores. A Goya solo le interesa reflejar cómo tratan los hombres a los hombres, cómo el caos y la lucha hacen de los ciudadanos bestias.
Para esta novedosa forma de ver la guerra, Goya encuentra nuevas formas de representación, como puede observarse comparando dos estampas con ahorcados. 
Los ahorcados (grandes desastres de la guerra, 1633 Jacques Callot)
La primera fue publicada en 1633 y es obra de Jacques Callot. Representa una ejecución en masa en la Guerra de los Treinta Años, en la que casi dos docenas de hombres cuelgan de las ramas de un árbol. El árbol se alza en el centro de la lámina, mientras que los ahorcados están distribuidos en un número similar a cada lado del tronco. La imagen presenta un equilibrio armónico, pues el espacio está ordenado claramente. Desde el punto de vista formal, este genocidio conserva un bello orden, un orden que testimonian también los versos acompañantes, que tachan a los ajusticiados de bandidos que sufren un justo castigo.
Tampoco (Desastre de la Guerra nº 36)

No solo Callot; también Goya -casi 200 años más tarde- subraya el eje central, pero no con el tronco del árbol, sino con el cuerpo del muerto. A diferencia de Callot, quien mantiene a la cruel muerte a distancia, Goya coloca al ajusticiado en primer plano. No representa un terreno tridimensional en el que el observador pueda distribuir a las figuras; aquí solo se ven retazos de un paisaje con matorrales y otros dos árboles cortados, con ahorcados. Nada parece ocupar ningún lugar concreto ni tener demasiado sentido. El soldado francés está sentado, apoyando la espalda distendido, después de haber hecho su trabajo. Su rostro no muestra satisfacción ni odio. Probablemente el zócalo de piedra sobre el que se apoya estaba previsto para una inscripción, pero está vacío. Goya incluyó en las estampas unas frases breves. Así, la anterior a esta en la colección está acompañada de la frase "No se sabe por qué"; al lado del ahorcado dice: "Aquí tampoco".
Esto es peor (Desastre de la guerra nº37)
Los Desastres de la Guerra se suelen interpretar como una documentación auténtica de la guerrilla y de su especial crueldad. Pero, al margen de los cadáveres, de los heridos y muertos de hambre, el pintor prácticamente no vio nada más. No es un corresponsal de guerra, sino que muestra los productos de su imaginación. 
¿Qué hay que hacer más? (Desastre de la guerra nº 33)
Al igual que en los Caprichos, su fantasía está dominada por temores, por las amenazas a las que se siente sometido. Su sordera, la pérdida de orientación que resulta de esta y la consecuente inseguridad, probablemente impulsaran esos temores. Si antes le angustiaban los murciélagos, ahora le atormentan las visiones de tortura y muerte, más allá de toda realidad, por ejemplo en la lámina con el cuerpo desnudo de un hombre, empalado en la rama vertical de un árbol muerto. A otro, dos hombres vestidos de uniforme le abren las piernas y un tercero le golpea con un sable en los genitales. En los Desastres de la guerra las mujeres son asaltadas, maniatadas, asesinadas, pero nunca son víctimas de mutilaciones violentas. Esa forma de muerte la reserva Goya a los hombres; son las fantasías masculinas las que dan un acento especial a sus estampas de guerra.
En 1813, Napoleón, que vuelve de Rusia con los restos de su "Grande Armée", es vencido en Leipzig. Se perfila ya el fin de su dominio. A continuación, José Bonaparte abandona Madrid; Fernando VII, el hijo de María Luisa y Carlos IV, comienza a reinar. Restaura el sistema absolutista, vuelve a introducir la Inquisición, devuelve a la Iglesia sus posesiones y la exención fiscal y, con ello, poder; exige purgas (...).
Las purgas empujan al exilio a 50.000 españoles. Goya -a los ojos de Fernando, un colaborador- se queda. ¿Se siente demasiado viejo? ¿cree que su fama le protege? ¿No quiere perder su pensión como Pintor de Cámara? La Inquisición lo cita por La maja desnuda, pero no lo castiga; se exige que unos testigos confirmen que él "rechazó con decisión cualquier relación con los miembros del gobierno usurpador". Ya antes, Goya había escrito a los nuevos poderosos que "sentía el deseo ardiente de eternizar con el pincel las escenas más honrosas de nuestro alzamiento contra el tirano". El soberano se muestra indulgente; la Corona corre con los gastos de los lienzos, los bastidores de cuñas y las pinturas para dos lienzos de gran formato. Además, abona un honorario al pintor por el tiempo que precise para esos trabajos. En 1814 Goya suministra además, por iniciativa propia, seis retratos del nuevo monarca.
Los fusilamientos del 2 de mayo, 1814

Los dos lienzos, El 2 de mayo de 1808 en Madrid y Los fusilamientos del 3 de mayo parecen realizados inmediatamente después de los sucesos; sin embargo, el pintor los hizo seis años más tarde y muestran una composición muy artística. Esto puede decirse sobre todo de la escena de los fusilamientos: sólo las víctimas aparecen a la luz, son reconocibles como individuos, como personas que miran a la muerte a los ojos. A los soldados, Goya los deja en el anonimato. Cada una de las víctimas tiene su propio movimiento: las manos cerradas en un puño o unidas para rezar, cubriéndose el rostro o con los brazos abiertos como en los cuadros del Crucificado. En cambio, los soldados están inmóviles, uno igual al otro. Para que nadie dude de en qué piensa el pintor al presentar a las víctimas con los brazos abiertos, les añade llagas y aclara el fondo de las cabezas como si fuera una aureola. El fusilamiento en sí no le interesa; de haber sido así habría tenido que representar a los prisioneros con las manos atadas y los soldados habrían tenido que estar a mayor distancia, pues ningún soldado desea mirar a la cara a sus víctimas indefensas. Goya no pinta un cuadro realista, sino un lienzo de carácter religioso; canoniza al pueblo que se libera del tirano, creando así un nuevo icono nacional de la resistencia española.
No obstante, la génesis de estos dos cuadros es menos heroica. Goya los pinta para granjearse la confianza del nuevo tirano, el rey Fernando VII, para conservar su pensión, para asegurar su existencia en Madrid: cierto oportunismo práctico forma parte del carácter de Goya. Fernando le conserva, benevolente, la pensión; sin embargo, los dos lienzos van a parar al almacén. 
La sublimación del pueblo no es compatible con sus ideas de monarca absoluto.

(Extraído, sin ánimo de ofender, de: Francisco de Goya Rose-Marie & Rainer Hagen, ed. Taschen)

¡De lo que se entera una leyendo libros!

lunes, 2 de mayo de 2011

Agujetas en las alas y sueño bíblico absurdo

Yo era en verdad un muchacho, y estoy con Sam y Dean, los hermanos Winchester, que conducen una furgoneta blanca. Me piden que hable de mi oscuro pasado, de quién me persigue, qué monstruos he visto. Yo no quiero hablar, me mantengo callada y hosca (callado y hosco). Entonces de pronto, estoy en una misión. Es de noche, estoy en un paraje desolado, sin árboles, el suelo está embarrado y se me hunden los pies. Hace frío, estoy corriendo, en peligro, perseguida por algo maligno. Entonces veo un hombre joven vestido de blanco, con sus túnicas, tirado en el barro bocabajo, derrotado. Es... ¡Jesús! el hijo de Dios, derrumbado en el suelo, y ahora sé que mi misión es rescatarle. Voy hasta él, sólo es un hombre humano pero tiene ese aire ancestral, puro y élfico, como una luz blanquecina a su alrededor y unos ojos grandes y melancólicos.
-¡Vamos! ¡he venido a ayudarte! 
Le ayudo a levantarse y entonces aparece ese "algo" que me perseguía, que no es otra cosa sino... ¡el Demonio! el demonio nos ha visto a ambos y viene a por nosotros, pero entonces algo se interpone en su camino. Es... ¡otro demonio! un Satán aún más primigenio que el anterior, que ya no parece humano sino una especie de criatura titánica, un monstruo sin rastro de humanidad o inteligencia en su aspecto o mirada. Es una maldad pura, instintiva, elemental. Y no nos mira a nosotros, al Jesús élfico o mí, sino al otro demonio. Y abre la boca y lanza un aullido de tiranosaurio... listo para atacar.
-¡Vamos! -le grito a Jesús tirando de su mano-. Tú representas el Bien, y ellos representan el Mal. No van a atacarte a ti, se atacarán entre ellos para ver cuál de los dos vence...
Es nuestra oportunidad de escapar. Y corremos campo a través, y tras de nosotros se oyen los terribles alaridos de la pelea, y el cielo se llena de explosiones increíbles, como bombas nucleares estallando y lanzando ondas expansivas alrededor nuestra. 

De pronto he vuelto a la Tierra. Mi misión ha acabado con éxito. Sé que he salvado al representante del Bien. Sé que esa era mi tarea. Entonces hay gente a mi alrededor y me pregunta dónde he estado. 
-Ayudando a Jesucristo -respondo.
Y de pronto lo que parecía tan natural en el mundo oscuro de lodo, parece absurdo en la Tierra (tan absurdo como puede parecer ahora, mientras escribo este sueño). Yo misma -ya he vuelto a ser mujer- me doy cuenta de ello y me avergüenzo pensando que los demás creerán que me he vuelto loca...
-¡¿A Jesús?! ¡pero qué dices! -se burlan.
-Sí, le he ayudado a escapar... -insisto, a la defensiva, esperando que me acribillen y humillen por loca.
-¿Y tu mano? ¿qué le ha pasado a tu mano? ¡te han crecido los dedos!
Pues de pronto, cómo solo ocurre en un sueño, sé que antes de irme a mi misión una de mis manos estaba lisiada, tenía cortados todos los dedos de una mano. Levanto mi mano y la miro. Está intacta, con todos sus dedos. Sonrío agradecida. 
-Ha sido Jesús -digo-. Me ha devuelto los dedos.
Y sé que el hijo de Dios caído de bruces en el barro, como un pobre humano con aire desvalido y melancólico, me ha regalado los dedos que en el pasado perdí, en agradecimiento por ayudarle a escapar del lodo. 

Un sueño curioso teniendo en cuenta mi tendencia al paganismo, agnosticismo y existencialismo. O sea, ¿quién sueña con Dios y el Demonio? ¿quién alude a la representación del Bien y del Mal mientras no tiene control sobre su mente consciente? pues los locos de atar, claro.
No sé si la culpa de todo esto la tiene haber ido al concierto de Ismael Serrano, que regaló ¡4 horas! de su tiempo cantando sin parar con esa voz ronca y triste, y sólo paró porque el teatro encendió las luces y nos echó a todos, porque creo que habría seguido al grito de ¡otra, otra, otra! 
La gente se sabía las canciones, la gente se conmovía con sus historias, atrás mío todo eran oes y aes cuando reconocían los acordes de una canción (quizá "su canción" porque son todas tan de ti, de mí, de ellos, de todos nosotros). Y yo, sin saberlo ni haberlo pretendido, pasé mucho tiempo de esas cuatro horas sintiendo escalofríos. 
No sólo cantó, recreó un Universo, un cuento mágico de un bloque de viviendas lleno de vecinos y de historias llenas de alma, y conforme pasaban esas cuatro horas él las iba conectando entre sí como en una sinfonía perfecta...  la gente reía, aplaudía o murmuraba "ohhhhhhhh", entregados, motivados, partícipes de cada cuento. (Porque todas las historias acaban bien, todos acabamos moralmente reconfortados).
Ismael Serrano es mi Jesucristo. Lleno de valores, de crítica a los políticos, al sistema, a las mentiras y a las hipocresías, lleno de historias cuyo escenario es el metro de Madrid, los tugurios de mala muerte, las pensiones, la oficina donde malgastamos los años. Y cómo hacer de todo eso mitología, es un gran misterio.
Me hizo sentir en un cuento de la Isabel Allende de los primeros años.
Es una lástima que ya esté casado, porque sin duda, me hubiera casado con él si él hubiera aceptado mi humilde solicitud.

Un pequeño regalo, su canción bandera... tan vigente todavía, quizá hoy más que nunca:






viernes, 8 de abril de 2011

Un nuevo amigo

Hará cosa de una semana vi una extraña mancha en la pared justo antes de irme a dormir. Me acerqué. Era un bicho. No sé que bicho era, tenía alas y era feo, como todos los bichos. Se parecía a un mosquito pero sin serlo, porque he visto muchos mosquitos en mi vida y éste no lo era, sus alas eran distintas, y su cuerpo muy delgado y alargado, demasiado para ser mosquito. 
Estuve debatiendo conmigo misma qué hacer con él. Podría meterle un zapatazo o podría intentar sacarlo del dormitorio. No elegí ni lo uno ni lo otro. El zapatazo es una solución drástica para un bicho que a lo mejor no quiere alimentarse de mi sangre, e intentar sacarlo de allí conllevaría los consabidos gritos, saltos, carreras y cabreo compulsivo que me llevarían sin duda alguna a recurrir finalmente al zapatazo para poder dormir en paz.
Le dejé en la pared. 
Unas horas de misericordia. Es mejor que pronto te muevas de ahí y desaparezcas de mi vista, o tendré que matarte.
El caso es que por la mañana seguía allí. La noche siguiente también seguía allí. Al tercer día seguía allí, pero de pronto había perdido las alas. Lo juro, yo no hice nada, simplemente se le cayeron. Ahora es en un bicho sin alas. ¿Qué clase de bicho será? ¿se estará metamorfoseando en otra cosa? ¿será una libélula? ¿una mariposa? 
Quizá me lo estoy imaginando, pero creo que mi bicho está creciendo. Antes solo era una manchita minúscula en la pared, y ahora se le distingue más claramente. Ya mismo estará en edad de merecer...
Sólo me pregunto qué hace ahí, porque el tío no se mueve (lógico, si ha perdido las alas), y no sé si asistiré a una transformación paulatina hacia un bicho maduro, o si algún día lo encontraré fulminado en el escritorio, muerto de hambre.
A veces le hablo, "eh, colega, ¿no te aburres?" pero es una criatura imperturbable. Simplemente está ahí, viendo la vida pasar. Quizá algún día se mueva. Quizá algún día me sorprenda cambiando de forma o color. O quizá simplemente se marche y no vuelva más. No es que vaya a echarle de menos (ya que no es una mascota muy participativa) pero no sé por qué me hace gracia que permanezca ahí, sin inmutarse, esperando algo que no sé qué es. 
Cuando llego a casa después de la facu, siempre echo una mirada a su rincón, para ver si sigue aquí. Sí, esta habitación es lo bastante grande para los dos.
No es un bicho bonito. No enternecerá los corazones de nadie. Probablemente cualquiera al verlo lo aplastaría implacablemente con su zapato. Pero solo es un bicho sin alas pegado a la pared, viendo la vida pasar, o vete a saber. Me recuerda un poco a mí, quizá por eso le di una oportunidad.

domingo, 27 de febrero de 2011

filosofía existencial

Bueno pues ya está. Se acabó. No fue tan horrible. Ya tengo 30, pero el reflejo del espejo sigue siendo el mismo.
En mi última década (que empezaba por 2), Platón y su caverna-de-las-ideas-versus-realidad ha alimentado mi cerebro y me ha jodido una existencia que siempre fue una mala reproducción de un concepto idealizado; de modo que era inevitable que en esta nueva década (que empieza por un 3) me alimente -sin quererlo, pero sin poder evitarlo- con los postulados de Sartre y su absurda realidad, siendo una pobre víctima de mi propia consciencia. 
(Si es eso lo que entendí de este señor, que es tan difícil de entender).
Quien dijo eso de  "más Platón y menos Prozac" lo dijo justo al revés.

¡Felices 30!

viernes, 18 de febrero de 2011

Cualquier parecido con la realidad, es pura coincidencia


He quedado con el profe de vídeo en la facultad para entregarle unos ejercicios. Es miércoles y en la facultad se celebra la Semana Cultural, un bonito nombre con el que disimular una semana de vacaciones previa al inicio del segundo cuatrimestre.
Bajo al inframundo, hasta las aulas de informática donde supuestamente debía estar mi profesor, pero no está. Vuelvo a subir, un poco mosca. Habíamos quedado a las cuatro.
En el patio hay una reunión informal de profesores y alumnos comiendo bocatas y bebiendo cocacolas. Busco entre el grupo a ver si el de vídeo ha subido a relajarse y echarse un cigarro, pero no está allí. Pregunto por él en conserjería y me dicen:
-No le hemos visto en todo el día. Mira a ver si está en el patio, con los demás.
Vuelvo al patio e identifico al profe de fotografía, con el que comparte la asignatura. Quizás él sepa decirme dónde está. Me acerco hasta él y compongo mi mejor cara de alumna educada que jamás ha hablado con su profesor de fotografía y no sabe muy bien cómo tratar a este hombre de pelo blanco, discurso errático y edad indeterminada.
-Hola, ¿sabes donde está el profesor de vídeo?
-Uff, Dame una torta -me suelta. 
Me echo a reír.
-¿Cómo? 
-Dame una torta, estoy... uff.
Da un paso atrás visiblemente ciego y a mí me da por reír. En fin, la situación es un poco cómica; siempre es cómico toparse con un borracho que  entrecierra los ojos y trastabillea, pero si es tu profesor tiene un valor intrínseco mucho mayor. El caso es que el hombre siempre me ha parecido un tipo un poco ido, que vive en su mundo, y nos habla a todos como si compartiésemos su peculiar dimensión existencial. El resultado es que la mayoría no entendemos nada y lo damos un poco por perdido.  
Sonrío diplomáticamente.
-Tú eres una de las gemelas -me dice.
-Sí...
-¿Y cuál de ellas eres?
-Pues...
-A una le he puesto más nota que a la otra.
-Sí, medio punto. A mí...
-Ah, pero puede que me haya confundido de hermana -dice, y suelta una risotada. Es un chiste de gemelos. Yo me río también, un poco desconcertada. ¡Sólo quiero saber dónde coño está el profesor de vídeo!
-Entonces, ¿no está aquí? -pregunto.
-No he suspendido a nadie -él sigue con su perorata, en su universo particular-. Sabes, no voy a suspender a la gente, ni siquiera a los que no me han presentado los ejercicios. Yo no estoy para eso...
Es un profe muy humanitario.
-Ahá. 
-Ha sido difícil poner las notas, como comprenderás no iba a mirar los doscientos archivos que me habeis mandado cada uno. Qué locura. Al final miraba las fotos, veía que uno había mejorado un poco, no sé, algunas notas me las he inventado.
Vuelvo a reírme, incrédula.
-Ya...
No debería seguir teniendo esta conversación con él. Con mi matrícula he pagado parte del sueldo de este hombre y creo que la ignorancia, en ocasiones, es preferible a la cruda realidad. 
Doy un paso atrás, intentando alejarme del escenario.
-¿Pero el profesor de vídeo está aquí? -insisto.
-No, no está -me dice al fin.
-Pero nos mandó un correo para que le entregáramos hoy unos ejercicios... 
-Sí -me dice. Y como me quedo callada mirándolo-: Ah, ¿pero en persona? 
-Sí...
-Pues no está en la ciudad, pero no se lo digas a nadie.
-Ahhh... vaya.
Echa un trago de su cocacola y tiene tal ciego que se le derrama encima.
-Ohhh -murmura mirándose la ropa.
"Ohhh" pienso yo, sintiendo un poco de compasión.
-Bueno, pues me voy.
Mi profesor se despide con una sonrisa budista. 

Salgo de la facultad con una ceja levantada y diciéndome a mí misma, "haré como si esta conversación no hubiera existido jamás". Claro que luego pensé, ¡coño, si parece sacada de una estúpida novela! Y hete aquí que la consideré merecedora de ser esculpida en ceros y bits, y que pase a la posteridad de conversaciones ortopédicas, de esas que gasto cien mil, pero esta ocupa un lugar especial por encantadora y esperpéntica como ella sola.

domingo, 9 de enero de 2011

Indignez-vous! ¡indígnate, coño!

(Extraído de laopinioncoruña.es Carlos Etxevarría)
Indignaos es el título de un manifiesto llamando a la insurrección pacífica en Francia, que por desgracia aún no ha llegado a España en su versión castellana. Es la voz de la indignación de Stéphane Hessel, un hombre de 93 años, antiguo combatiente de la resistencia francesa, superviviente de los campos de concentración de Buchenwald y Dora, uno de los redactores en 1948 de la Declatación de los Derechos Humanos de Naciones Unidas, embajador de Francia y Comendador de la Legión de Honor.

¿Porqué tenemos que soportar las cosas que aborrecemos? Esta invocación para rescatar los verdaderos valores es también una invitación a los jóvenes a oponerse a todo tipo de totalitarismos y dictaduras y rescatar la verdadera democracia; a exigir independencia a los medios y enfrentarse al acoso a la libertad de prensa; a mostrar su enfado ante la desigualdad, la pobreza, o la despiadada dictadura económica de los mercados financieros, motivo más que suficiente para iniciar una insurrección pacífica real. Es un llamamiento contra la indiferencia que nos encoge de hombros ante la adversidad.

Hessel habla de una amnesia generalizada de la sociedad, despreocupada del desastre ecológico planetario, haciendo especial énfasis en la falta de rumbo y en la pérdida del sentido de los dirigentes políticos por su apoyo a los grandes consorcios bancarios y corporaciones multinacionales, en detrimento de los ciudadanos en un momento en que la crisis está acabando con el bienestar social en Europa.

Lo que está siendo cuestionado, dice, es la base de las conquistas sociales. ¿Quién controla, quién decide y quiénes son los interesados en esas decisiones descabelladas? Por eso hace falta que nos indignemos cuando percibimos que hay cosas intolerables.

Y pide una insurrección pacífica contra el desprecio al débil, la insolidaridad o la exaltación del dinero; contra el consumo masivo o la competencia de todos contra todos.

En su mensaje de coherencia y dignidad, refuerza la desconfianza hacia los poderosos que amenazan la paz y la democracia, reivindicando la actitud del resistente en una apelación al noble sentimiento que, más o menos recóndito, anida en todos nosotros: la rebelión contra la injusticia.
Indignez-vous, un manifiesto de 32 páginas a 3 leuros. I need it. Je voulais! (err, sorry for my franchute language very oxidaté).

Gracias, Merci, Sr. Hessel...! Je t'aime, really! 


http://indigene-editions.blogspot.com/
http://multiversos.wordpress.com/2010/12/31/indignez-vous/