miércoles, 18 de junio de 2014

Respecto a los caballeros

Estaba en un maldito atolladero. El decoro exigía que no actuase dominado por el pánico. Tenía un pánico mecánico y normal que le impulsaba a apartarse del dinero. Los caballeros no ganan dinero. Los caballeros, de hecho, no hacen nada. Se limitan a existir. Perfuman el aire como lirios virginales. El dinero les llega como el aire a través de los pétalos y las hojas. Así el mundo es mejor y más colorido. ¡Y, por supuesto, de ese modo la vida política puede seguir siendo limpia…! No se puede ganar dinero.
Ford Madox Ford. El final del Desfile. 
Esto me ha hecho reír...
(Dios salve a la ironía, esa grannnnn Diosa).






sábado, 7 de junio de 2014

El Final del Desfile

Ford Madox Ford era un tipo complejo. Los capítulos de su libro "El final del desfile" son largos, tan largos, tan densos, tan complejos, tan saturados... que a veces me dan ganas de gritar (o de coger aire). Y si embargo, no puedo dejar de leer uno hasta que llego al próximo, temo que si me dejo el capítulo a la mitad perderé algo que sólo encontraré si lo leo completo. Es un lento y confuso discurrir de puntos de vista, pensamientos y emociones encontrándose, es raro, agotador, y al mismo tiempo adictivo. 
Parece que cada capítulo es una obra de teatro que dura horas... a veces literalmente (de hecho, el libro, compuesto por 4 libros, tiene 900 páginas).

Joder, cómo ha cambiado la literatura en casi un siglo. 

Creo que tengo un crush con la literatura de principios del siglo XX. 
Creo que tengo un crush (severo) con el severo señor Christopher Tietjens y su manía de ser -tan íntegramente- él mismo.

-¡Ven con nosotros! llevo todo el día respondiendo a tonterías. Sólo me falta ver a otro idiota más y habré terminado por hoy.
Ella dijo:
-No puedo ir contigo, llorando así.
Él respondió:
-Pues claro que puedes. Aquí es precisamente donde lloran las mujeres. -Añadió-: Además, está Mark, es un borrico muy tranquilizador.
La llevó a donde estaba Mark.
-Ocúpate de la señorita Wannop -le pidió-. Querías hablar con ella ¿no? -Y corrió como un tendero diligente hacia el lúgubre vestíbulo. Tenía la sensación de que si no veía pronto a algún idiota imperturbable con insignias rojas, verdes, azules o rosas, que tuvieran ojos de pez y preguntase las cosas que preguntan los peces en las peceras, él también se vendría abajo y se echaría a llorar. ¡Con alivio! ¡No obstante, en aquel lugar también lloraban los hombres!