viernes, 11 de noviembre de 2011

Triste Figura

Siempre quise visitar el Monasterio de Yuste, ese silencioso lugar donde Carlos I se retiró de la existencia mundana. Tuve la oportunidad de visitarlo y escuchar muchas de las historias del Rey de barbilla alzada, quien se declaró en luto perpetuo por su reina muerta y al final de su vida se lamentó de un reinado que  no fue más que una guerra tras otra, mientras su fantasía de imperio se desvanecía. Profundamente religioso (hasta la exasperación), enfermo de gota y lastrado por el dolor, cuando paseé por la que había sido su última morada, parecía seguir allí. En su pequeño despacho podía imaginar el crepitar de las llamas de la chimenea, aunque no estaba encendida. Al haberse declarado en luto perpetuo, todas las paredes de su casa-palacio estaban revestidas con pesadas cortinas negras que devoraban toda pequeña luz en aquel aislado rincón entre montañas. En su dormitorio, frente a su oscura cama de dosel y las cortinas de terciopelo negro inundándolo todo, casi pude sentir al hombre triste y patético que ubicó su cama frente a una ventana que daba al altar mayor del monasterio, para poder presenciar las misas de los monjes Jerónimos tres veces al día sin tener que levantarse de la cama. 
Pensé, cuánta tristeza y amargura concentrados en tan poco espacio. Pero también, mientras escuchaba el relato de la guía y miraba las expresiones serias del resto del grupo, cuánto patetismo que nos hace a todos humanos, que nos conecta unos a otros a pesar de los siglos de distancia y el rancio abolengo, siendo solo personas.  
Claro que luego se me acercó un guarda de seguridad para prohibirme que hiciera más fotos del interior del Real Sitio y me jodió todo el encanto humanístico del momento.      


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