miércoles, 11 de mayo de 2011

Los Desastres de la Guerra



¡Qué valor! (Desastre de la guerra nº7)
Goya, un anciano para la época, se mantiene al margen. No está claro cuánto ha visto él mismo. Es seguro que en octubre de 1808 viaja a Zaragoza, la ciudad que le vio crecer, para celebrar su heroica defensa plasmándola en un lienzo. Sin embargo, en lugar de un cuadro realiza un grabado que muestra la hazaña de una mujer, que el pueblo conoce como Agustina de Aragón que, después de haber caído todos los hombres, enciende un cañón que expulsa a los franceses fuera de los muros de Zaragoza. Goya deja de lado a los enemigos y también a la ciudad; sólo muestra los cañones y a la delgada mujer, de pie sobre unos cadáveres.
(...) Su tema central es la guerra, la guerrilla de los españoles contra los soldados de Napoleón, una guerra marcada por un odio y unas atrocidades hasta entonces desconocidas en la historia bélica europea. Goya llena su álbum de bocetos de asesinatos, torturas y violaciones, y traslada esas escenas a planchas de metal; escoge 82 estampas para su ciclo de grabados sobre los Desastres de la Guerra.
Se trata de imágenes sin una estricta toma de partido, ni en favor de los ideales de la Revolución Francesa ni de la fama del propio país. Tanto franceses como españoles son víctimas de la crueldad y en muchas ocasiones ni siquiera resulta fácil observar en qué bando mata o muere cada uno. Todo esto resulta nuevo en el arte occidental. Desde los egipcios y los griegos, la representación de la lucha siempre ha servido para honrar a los vencedores, pues solo quien ha salido victorioso quiere eternizar sus hazañas y por eso realiza el encargo. Sin embargo, Goya no trabaja por encargo y la estampa con Agustina de Aragón al pie del cañón es la única en la que se aprecia algo así como una admiración por los héroes. No hay vencedores. A Goya solo le interesa reflejar cómo tratan los hombres a los hombres, cómo el caos y la lucha hacen de los ciudadanos bestias.
Para esta novedosa forma de ver la guerra, Goya encuentra nuevas formas de representación, como puede observarse comparando dos estampas con ahorcados. 
Los ahorcados (grandes desastres de la guerra, 1633 Jacques Callot)
La primera fue publicada en 1633 y es obra de Jacques Callot. Representa una ejecución en masa en la Guerra de los Treinta Años, en la que casi dos docenas de hombres cuelgan de las ramas de un árbol. El árbol se alza en el centro de la lámina, mientras que los ahorcados están distribuidos en un número similar a cada lado del tronco. La imagen presenta un equilibrio armónico, pues el espacio está ordenado claramente. Desde el punto de vista formal, este genocidio conserva un bello orden, un orden que testimonian también los versos acompañantes, que tachan a los ajusticiados de bandidos que sufren un justo castigo.
Tampoco (Desastre de la Guerra nº 36)

No solo Callot; también Goya -casi 200 años más tarde- subraya el eje central, pero no con el tronco del árbol, sino con el cuerpo del muerto. A diferencia de Callot, quien mantiene a la cruel muerte a distancia, Goya coloca al ajusticiado en primer plano. No representa un terreno tridimensional en el que el observador pueda distribuir a las figuras; aquí solo se ven retazos de un paisaje con matorrales y otros dos árboles cortados, con ahorcados. Nada parece ocupar ningún lugar concreto ni tener demasiado sentido. El soldado francés está sentado, apoyando la espalda distendido, después de haber hecho su trabajo. Su rostro no muestra satisfacción ni odio. Probablemente el zócalo de piedra sobre el que se apoya estaba previsto para una inscripción, pero está vacío. Goya incluyó en las estampas unas frases breves. Así, la anterior a esta en la colección está acompañada de la frase "No se sabe por qué"; al lado del ahorcado dice: "Aquí tampoco".
Esto es peor (Desastre de la guerra nº37)
Los Desastres de la Guerra se suelen interpretar como una documentación auténtica de la guerrilla y de su especial crueldad. Pero, al margen de los cadáveres, de los heridos y muertos de hambre, el pintor prácticamente no vio nada más. No es un corresponsal de guerra, sino que muestra los productos de su imaginación. 
¿Qué hay que hacer más? (Desastre de la guerra nº 33)
Al igual que en los Caprichos, su fantasía está dominada por temores, por las amenazas a las que se siente sometido. Su sordera, la pérdida de orientación que resulta de esta y la consecuente inseguridad, probablemente impulsaran esos temores. Si antes le angustiaban los murciélagos, ahora le atormentan las visiones de tortura y muerte, más allá de toda realidad, por ejemplo en la lámina con el cuerpo desnudo de un hombre, empalado en la rama vertical de un árbol muerto. A otro, dos hombres vestidos de uniforme le abren las piernas y un tercero le golpea con un sable en los genitales. En los Desastres de la guerra las mujeres son asaltadas, maniatadas, asesinadas, pero nunca son víctimas de mutilaciones violentas. Esa forma de muerte la reserva Goya a los hombres; son las fantasías masculinas las que dan un acento especial a sus estampas de guerra.
En 1813, Napoleón, que vuelve de Rusia con los restos de su "Grande Armée", es vencido en Leipzig. Se perfila ya el fin de su dominio. A continuación, José Bonaparte abandona Madrid; Fernando VII, el hijo de María Luisa y Carlos IV, comienza a reinar. Restaura el sistema absolutista, vuelve a introducir la Inquisición, devuelve a la Iglesia sus posesiones y la exención fiscal y, con ello, poder; exige purgas (...).
Las purgas empujan al exilio a 50.000 españoles. Goya -a los ojos de Fernando, un colaborador- se queda. ¿Se siente demasiado viejo? ¿cree que su fama le protege? ¿No quiere perder su pensión como Pintor de Cámara? La Inquisición lo cita por La maja desnuda, pero no lo castiga; se exige que unos testigos confirmen que él "rechazó con decisión cualquier relación con los miembros del gobierno usurpador". Ya antes, Goya había escrito a los nuevos poderosos que "sentía el deseo ardiente de eternizar con el pincel las escenas más honrosas de nuestro alzamiento contra el tirano". El soberano se muestra indulgente; la Corona corre con los gastos de los lienzos, los bastidores de cuñas y las pinturas para dos lienzos de gran formato. Además, abona un honorario al pintor por el tiempo que precise para esos trabajos. En 1814 Goya suministra además, por iniciativa propia, seis retratos del nuevo monarca.
Los fusilamientos del 2 de mayo, 1814

Los dos lienzos, El 2 de mayo de 1808 en Madrid y Los fusilamientos del 3 de mayo parecen realizados inmediatamente después de los sucesos; sin embargo, el pintor los hizo seis años más tarde y muestran una composición muy artística. Esto puede decirse sobre todo de la escena de los fusilamientos: sólo las víctimas aparecen a la luz, son reconocibles como individuos, como personas que miran a la muerte a los ojos. A los soldados, Goya los deja en el anonimato. Cada una de las víctimas tiene su propio movimiento: las manos cerradas en un puño o unidas para rezar, cubriéndose el rostro o con los brazos abiertos como en los cuadros del Crucificado. En cambio, los soldados están inmóviles, uno igual al otro. Para que nadie dude de en qué piensa el pintor al presentar a las víctimas con los brazos abiertos, les añade llagas y aclara el fondo de las cabezas como si fuera una aureola. El fusilamiento en sí no le interesa; de haber sido así habría tenido que representar a los prisioneros con las manos atadas y los soldados habrían tenido que estar a mayor distancia, pues ningún soldado desea mirar a la cara a sus víctimas indefensas. Goya no pinta un cuadro realista, sino un lienzo de carácter religioso; canoniza al pueblo que se libera del tirano, creando así un nuevo icono nacional de la resistencia española.
No obstante, la génesis de estos dos cuadros es menos heroica. Goya los pinta para granjearse la confianza del nuevo tirano, el rey Fernando VII, para conservar su pensión, para asegurar su existencia en Madrid: cierto oportunismo práctico forma parte del carácter de Goya. Fernando le conserva, benevolente, la pensión; sin embargo, los dos lienzos van a parar al almacén. 
La sublimación del pueblo no es compatible con sus ideas de monarca absoluto.

(Extraído, sin ánimo de ofender, de: Francisco de Goya Rose-Marie & Rainer Hagen, ed. Taschen)

¡De lo que se entera una leyendo libros!

3 comentarios:

  1. Elegí a Goya para el último proyecto de Pintura en el que tenemos que copiar un cuadro de algún artista. Claro que cuando le conté al profe mi intención de copiar al Saturno (Saturno devorando a sus hijos) me dijo que era una temeraria por pretender emularle, y luego me llamó tremendista porque no me tomé muy bien que me obligara a cambiar de idea. Sé que lo hizo por mi bien, así que tendré que hacerle caso. Total, que al final el señor Goya y yo tuvimos una relación breve pero intensa.

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  2. A veces hay que ser osado, pero bueno, yo no soy profesor de arte.

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