martes, 8 de septiembre de 2009

Estelas y zanahoria

Ni cremas, ni aceites, ni rollos macabeos. Para tomar el sol lo mejor es una zanahoria (sobretodo si se acompaña con un libro interesante). Los viejos trucos de la abuela siempre funcionan.

Me encanta el libro de Natalie Goldberg, "el Gozo de escribir". Siempre me digo a mí misma que voy a hacerle caso en todo lo que dice, aunque por lo visto mi vagancia natural es más fuerte que mis buenas intenciones y mis promesas de compromiso con la escritura.

A lo mejor es porque solo lo leo muy de vez en cuando, pero siempre me deja la sensación de haber rescatado la vieja llave del baúl secreto. Es un asco ser tan vaga y tan inconstante. Es una mierda no poder tomarme la escritura como algo parecido a un trabajo en vez de mantenerlo en el cajón desastre de "maneras de perder el tiempo". Siempre vuelvo a perder la llave, y lo peor, ni siquiera me doy cuenta.

Disciplina. Ese es el gran secreto. Me lo he dicho a mí misma mientras masticaba zanahoria y me dejaba tostar por el sol. El cielo era más azul y la luz más intensa. La ropa se sacudía con el viento y parecía hablar. Abajo en la calle un trabajador del ayuntamiento recortaba la maleza con una de esas máquinas que suenan a sierra eléctrica. Y yo he dejado el libro a un lado, contenta como las otras tantas veces a lo largo de mi vida que he creído haber descubierto la gran verdad, disfrutando del momento.

Se me puede acusar de ser una optimista incurable. O de tener memoria pez (por olvidar convenientemente las otras veces pasadas en que fracasé). O que gracias a lo segundo se me permite lo primero. Qué más da, lo importante es participar. Y ver cómo las nubes se deshacen y vuelven a formarse, y dejan estelas en el cielo y crean corrientes vaporosas, ha sido, cuanto menos, una imagen bastante metafórica de mi cerebro.

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