martes, 19 de febrero de 2013

El doctor de mirada inquietante

...Desempolvando viejos libros de mis padres, de cuando yo todavía no había nacido -es decir, de hace muuuuucho tiempo-. Unos libros marrones de hojas amarillas y acartonadas que huelen a viejo (y me encantan), con un diseño muy retro porque... bueno, es que eran de aquellos tiempos:


 "Sin prevención alguna hablé ante la Sociedad de Neurología de Viena, y luego bajo la presidencia de Krafft-Ebbing, esperando verme compensado, por el interés y el reconocimiento de mis colegas, de las pérdidas materiales a que me había expuesto voluntariamente. Me ocupé de mis descubrimientos como de aportes corrientes a la ciencia y confiaba encontrar igual espíritu en los demás. Pero el silencio con que fueron recibidas mis experiencias, el vacío que se iba formando respecto a mi persona y las insinuaciones que poco a poco fueron llegando hasta mí, me hicieron comprender que no se puede esperar que la exposición de los puntos de vista acerca del papel que desempeña la sexualidad en la etiología de las neurosis encuentre la misma acogida que otras comunicaciones. Comprendí que desde ese momento yo formaba parte de aquellos que han perturbado el sueño de la humanidad, como dice Hebbel, y que no podría esperar ni objetividad ni tolerancia" (Freud, tras cargarse la moral de su época y poner nombre al inconsciente)
Años más tarde, convertido ya en un reputado miembro de la sociedad:
Freud encontró en Viena dos colaboradores inesperados: el abogado doctor Indra y un nazi de pura cepa, convencido antisemita, el comisario y supervisor doctor Sauerwald. Entre los dos iban a hacer todo lo necesario en cuanto a prerrequisitos legales y policiales, para conseguir salvoconductos y permisos de partida. La labor de Sauerwald -alumno en la universidad de un amigo judío de Freud, el profesor Herzig- en este sentido fue encomiable, al poner en peligro incluso su propia seguridad. Si embargo, la actitud de aquel nazi no pudo evitar que sus correligionarios exigieran a la familia Freud elevadas sumas de dinero como ¡impuestos!, les chantajearan y, minuciosa y escrupulosamente, confiscaran e incineraran la biblioteca y las colecciones almacenadas en la sede vienesa de la Asociación y en la Editorial.

Durante ese tiempo, la opinión pública internacional no fue insensible a la suerte que Freud y los suyos podían correr en manos del nazismo. (...) Iba a ser el embajador alemán en Francia, el Conde von Welczeck, el que plantearía el tema de forma concluyente a las autoridades alemanas: era esencial tratar bien a una personalidad de la talla de Freud para evitar el escándalo.

Al punto, Freud fue invitado a firmar un documento que rezaba así: "Yo, profesor Freud, confirmo por la presente que después del Anschluss de Austria al Reich de Alemania, he sido tratado por las autoridades germanas, y particularmente por la Gestapo, con todo el respeto y consideración debidos a mi reputación científica; que he podido vivir y trabajar en completa libertad, así como proseguir mis actividades en todas las formas que deseara; que recibí pleno apoyo de todos los que tuvieron intervención en este respecto,  y que no tengo el más mínimo motivo de queja".

Tras rubricar sin ningún escrúpulo aquella payasada, Freud preguntó a sus hieráticos interlocutores, con su inmarchitable ironía, si podía añadir esta posdata:

-De todo corazón puedo recomendar la Gestapo a cualquiera.

(Ignacio Guzmán Sanguinetti, Sigmund Freud. Los Revolucionarios del siglo XX).