Navidad. Las viejas tradiciones han muerto, ya sólo queda consolarnos con las lucecitas de colores de los escaparates y con grandes dosis de chocolate, turrones, y cenas grandilocuentes de esas que dejan comida para los tres días siguientes. Ello ofrece nuevas motivaciones con las que entretenernos el mes de Enero -aparte de los consabidos "proyectos-para-el-nuevo-año-en-que-prometo-dejar-atrás-todas-mis-malas-costumbres-y-convertirme-en-una-persona-de-provecho"-: ponernos a dieta y perder los kilos acumulados, mientras los operarios de los ayuntamientos retiran la decoración lumínica navideña y los escaparates dejan de estar invadidos por los colores rojo, verde y dorado.
¡Hasta el próximo año!
Luchando contra el irresistible poder del vacío navideño he creado mis propias tradiciones espirituales. En estos tiempos confusos en que los pesebres y las mulas están pasadas de moda, mi espíritu navideño resucita de la gris niebla con el visionado de otro niño inocente que cargará con un gran destino, Frodo Bolsón. Desde hace dos años todas las navidades me trago la Trilogía del Señor de los Anillos para refrescar y alimentar a mi pobre espíritu con arquetipos ideales de bondad, humildad, honor, compañerismo y heroicidad, y así comenzar el nuevo año con una visión clara de lo que quiero, aspiro y deseo experimentar en mi vida.
Claro que vivo en un lugar en el que el canal CNN+ ha cerrado sus puertas por no lograr beneficios y ha sido sustituido por el "Gran Hermano 24 horas", lo que me hace plantearme si estos esfuerzos navideños valen la pena.